Lo que hay detrás de una licuadora
A los artistas comerciales les agrada especialmente representar a las tecnologías modernas como herederas victoriosas de las técnicas primitivas. Se pinta al tambor de la selva como el precursor del correo computarizado intercontinental, la búsqueda de plantas medicinales se compara con la síntesis de antibióticos, y prender fuego con un pedernal se revela como una forma subdesarrollada de la fisión nuclear. Difícilmente otra ficción ha contribuido más a esconder la verdadera naturaleza de la civilización técnica, que ve en la tecnología moderna nada más que una simple herramienta, aunque sea particularmente avanzada.
Tomemos el ejemplo de una licuadora : girando y vibrando ligeramente hace jugo una fruta sólida en un parpadeo. ¡Una herramienta maravillosa ! Así lo parece, pero una rápida mirada al cable y al enchufe revela que lo que tenemos ante nosotros es más bien la terminal doméstica de un sistema nacional o incluso mundial : la electricidad llega a través de una red de cables y líneas, alimentadas por plantas generadoras que dependen de la presión del agua, de ductos o de tanques de almacenamiento, los que a su vez requiere de presas, plataformas costeras o torres de perforación en lejanos desiertos. Y toda esta cadena sólo garantiza un adecuado y puntual suministro si cada una de sus partes es manejada por ejércitos de ingenieros, planificadores y expertos financieros, quienes, por su parte, echan mano de administraciones, universidades e industrias completas, en ocasiones hasta la militar. Al igual que un vehículo, una pastilla, una computadora o una televisión, la licuadora depende de la existencia de sistemas de organización y producción dispersos e interconectados. Quien oprime un interruptor no está usando una herramienta, está enchufándose a una combinación de sistemas. Entre el uso de técnicas sencillas y el de modernos equipos se encuentra la reorganización de toda la sociedad.
[Nota : Lo que Wolfgang Sachs subraya aquí, constituye una de las razones por las que las tecnologías complejas, o sea las high-tech (que incluyen por ejemplo, los paneles solares fotovoltaicos, las eólicas de Enercon, y todas las tecnologías dichas « verdes » al igual que todos los aparatos que hacen funcionar) son tecnologías inherentemente antidemocráticas (o autoritarias, retomando la expresión de Lewis Mumford). Su concepción, producción, distribución, en fin, su existencia, dependen de gigantescos sistemas sociotecnicos globalizados (o sea, de la civilizacion industrial planetaria) que no pueden, ni podrán ser, de modo alguno, controlados de manera realmente democrática (o sea, según los principios de la democracia directa).]
No importa qué tan inocentes parezcan, los productos del mundo moderno sólo funcionan en tanto grandes sectores de la sociedad se comportan de acuerdo con el plan. Esto incluye la supresión, tanto de la voluntad como de la oportunidad individuales, además de la de raros remanentes de espontaneidad. Después de todo, la licuadora no revolucionaría nada si no fuera seguro que, en la cadena completa del sistema, todo pasa en el momento y lugar correctos y es de calidad adecuada. La coordinación, la programación, la capacitación y la disciplina no únicamente la energía son el elíxir de vida para estos aparatos excesivamente complacientes. Parece que son útiles y ahorran trabajo, pero exigen el desempeño predecible de mucha gente en lugares distantes. Las herramientas sólo funcionan en tanto la propia gente se convierte en herramienta.
Pero, a menudo, las cosas no suceden de este modo, especialmente en los países subdesarrollados. Gran cantidad de equipo sin usar, maquinarias enmohecidas y fábricas que operan a la mitad de su capacidad son testigos elocuentes de esta situación. El « desarrollo técnico » de un país necesita poner en marcha una multitud de requerimientos que deben ser satisfechos para instalar sistemas interconectados en funcionamiento. Esto implica, generalmente, el desmembramiento gradual de la sociedad tradicional, con objeto de reorganizarla de acuerdo con requerimientos funcionales. Ninguna sociedad puede seguir siendo la misma. No hay licuadora sin remodelar totalmente la sociedad. En vista de esta tarea, no es sorprendente que, desde principios de los años 60, el debate del desarrollo haya repetido sin cesar : « planeación integral en vez de soluciones graduales ».
Es toda una visión del mundo
Cualquier invento técnico es mucho más que una ayuda. Es culturalmente potente. Los abrumadores efectos de su poder no sólo disuelven la resistencia física sino también las actitudes ante la vida. La tecnología conforma sentimientos y moldea visiones del mundo. Las huellas que deja en la mente son probablemente más difíciles de borrar que las que deja en el paisaje.
¿Quién no ha experimentado la emoción de la velocidad al volante de un automóvil ? Un ligero movimiento del pie es suficiente para liberar poderes que exceden en mucho a los del conductor. Esta incongruencia entre un pequeño esfuerzo y su poderoso efecto, típica de la tecnología moderna, da lugar a los regocijantes sentimientos de poder y libertad que acompañan el triunfal avance de la tecnología. Ya sea un vehículo o un avión, un teléfono o una computadora, el poder específico de la tecnología moderna se encuentra en su habilidad para salvar las limitaciones que nos imponen nuestros cuerpos, el espacio y el tiempo, y eliminar el cansancio, la distancia, la duración y la dependencia social.
Hay en esto algo más que la conformación de sentimientos. Algo nuevo se vuelve real : probablemente no es exagerado decir que profundas estructuras de la percepción están cambiando con la invasión masiva de tecnologías. Unas cuantas palabras clave pueden ser suficientes : la naturaleza es vista en términos mecánicos, el espacio es concebido como si fuera geométricamente homogéneo y el tiempo como si fuera lineal. En pocas palabras, los seres humanos ya no son lo que eran y se sienten cada vez más incapaces de tratar a las tecnologías como herramientas, esto es, de dominarlas.
Mediante la transferencia de tecnología, varias generaciones de estrategas del desarrollo han trabajado arduamente para conseguir que los países del Sur avancen, con resultados irregulares en lo económico, pero con sonado éxito totalmente involuntario en lo cultural. El diluvio de máquinas derramado sobre muchas regiones del Sur puede haber sido beneficioso o no, pero lo cierto es que ha desplazado los ideales y las aspiraciones tradicionales de la gente. Su lugar ha sido tomado por un mundo de concepciones, acomodadas emocional y cognoscitivamente en las coordenadas de la civilización tecnológica, no sólo para el limitado número de sus beneficiarios, sino también para el mucho mayor número de los que ven sus juegos pirotécnicos desde el margen.
Magia, ilusión óptica
Como todo mundo sabe, la magia consiste en conseguir efectos extraordinarios mediante la manipulación de poderes que no son de este mundo. Causa y efecto pertenecen a dos esferas diferentes. En la magia, la esfera de lo visible se funde con la esfera de lo invisible.
Quien pisa el acelerador o tira de una palanca domina un mundo remoto e invisible con el fin de precipitar un acontecimiento en el mundo cotidiano inmediato y visible. De pronto, están a la disposición poderes y velocidades increíbles, cuyas causas efectivas están ocultas más allá del horizonte de la experiencia directa. Por así decirlo, los juegos pirotécnicos ocurren en el escenario, mientras la gigantesca maquinaria que los hace posibles trabaja tras bambalinas, fuera de nuestra vista. En esa separación de causa y efecto, en esta invisibilidad de los sistemas que penetra en la sociedad y produce milagros técnicos, se encuentra la razón de la magia de la tecnología, que mantiene hechizada a tanta gente, especialmente en el Tercer Mundo. El poder de la velocidad del automóvil excita al conductor precisamente porque sus prerequisitos (oleoductos, calles, líneas de ensamblado, etc.) así como sus consecuencias ruido, contaminación, efecto invernadero, etc. Quedan más allá de lo que puede ver por el parabrisas. El encanto de todo esto está basado en una enorme transferencia de su costo : el tiempo, el esfuerzo y el manejo de las consecuencias son desviadas hacia los sistemas que funcionan en las bambalinas de la sociedad. El atractivo de la civilización técnica depende a menudo de una ilusión óptica.
Cuarenta años de desarrollo han creado una situación paradójica : actualmente las mágicas « herramientas del progreso » dominan la imaginación en muchos países, pero la construcción de los sistemas que las sostienen se ha empantanado y en realidad, puede que no se terminen nunca, a juzgar por la merma de recursos y la crisis ambiental. Es esta brecha entre el ideal recién adquirido y la realidad que se queda atrás, la que moldeará el futuro de los países en desarrollo. No hubo manera de meter nuevamente a los griegos en su caballo de madera después de que habían aparecido en el corazón de Troya.