Hasta hace poco en nuestro país, y supongo que en todos los demás, antes de que la acumulación de datos fuese estúpidamente aceptada de una manera general, toda insurrección contra el sistema (iglesia, propietarios, autoridades municipales y estatales) comenzaba siempre con la quema de los archivos y los registros, era la gran fiesta solsticial de los oprimidos… Y si con los registros, ardían también los santos y las vírgenes (muñecos que condenaban el sexo, la desobediencia, el salirse de la norma…), ardía mejor y la fiesta era doble. Estaba muy claro, si ibas contra la iglesia, la propiedad y el estado, lo primero que se tenía que hacer (después de neutralizar a la Guardia civil y otros instrumentos represivos) era quemar el registro de la propiedad, el notarial, el registro civil y el parroquial y por supuesto los archivos judiciales y ya puestos, todo tipo de archivos de los poderosos, que por algún motivo registraban las cosas (aun hoy, los historiadores de la academia lloran la perdida, seguro que también algunos capitalistas y algunos polis).
Paralelamente a la “archivoclastia” de los oprimidos se desarrolla la “archivofília” de los poderosos, la Generalitat republicana derrochó esfuerzos y recursos en recoger y poner en lugar seguro los diferentes archivos del país. Posteriormente las victoriosas fuerzas del general Franco pusieron mucho cuidado en recoger todo archivo que se les pusiese al alcance. Esta recogida protección de datos tenía objetivos muy claros, por una parte castigar a aquellos que por activa o por pasiva o por indiferencia, eran refractarios al nuevo régimen y por otra retornar y recuperar los bienes a los “legítimos” propietarios. De aquí nacieron los archivos de salamanca, archivos construidos sobre la lógica de poder, para preservar la propiedad, el estado y el capital, y perseguir a los que se le oponían. Lógica parecida a la de la actuación emprendida por la Generalitat de Catalunya para constituir los almacenes de archivos (salvadores de la barbarie revolucionaria) en Pedralbes, Poblet, Viladrau…
Es un capítulo especialmente vergonzoso de la historia izquierdista y progresista que ha contribuido a tildar de bárbaros a aquellos que hacían lo necesario para conseguir trastocar la situación social… O quizás no, quizás es una buena definición, es bueno ser un bárbaro, frente a los defensores de la propiedad, el capitalismo y el estado. Frente a la civilización y sus monaguillos de izquierdas (ERC; PSUC; PSOE…) y sectores importantes de la escena revolucionaria. Lo que es bien cierto es que todo lo que no fue destruido en su momento, se utilizó para condenar a muerte, a encarcelamiento, a miseria a unos, y retornar bienes a sus “legítimos dueños”.
La fobia contra los archivos
Para las personas desempoderadas, un archivo es un agujero negro del que pueden venir beneficios (reconocimiento de derechos, pensiones, servicios…) o desgracias (penales, fiscales, administrativas…). En el “malestar” del moderno estado del “bienestar” nos hacen creer que sólo nos llegan beneficios, “derechos” diversos, desde una renta mínima de inserción a una atención sanitaria. Pero la realidad es que si levantamos la capa más superficial nos encontramos directamente con la megamáquina de la desdicha. La máquina que nos mediatiza, que nos domina, que nos anula y que nos hace desgraciados y como afrontar esto es peligroso, preferimos mantenernos mirando la capa superficial y exigir que le pongan más ornamentos: una renta básica, una prolongación de la escolaridad obligatoria (por arriba o por abajo), un aumento del salario mínimo… Que nos acaben de desgraciar la vida.
No hace tanto las cosas estaban más claras, el registro de la propiedad servía a la clase propietaria, el parroquial a la iglesia, el municipal a las estructuras de poder, el policial y el judicial a todos ellos: a la iglesia, al propietariado y el estado… Así que si no formabas parte de ninguno de estos estamentos, si no formabas parte del mundo de los poderosos, y si estabas contra la propiedad y contra la dominación clerical, tenías claro que estos archivos eran un instrumento de los dominadores (quizás el más potente) y tenías que destruirlos.
A lo largo de la historia la mayor parte de motines y disturbios iban acompañados por la quema de archivos, el fuego era el mejor destructor de papeles… Desde la época medieval hasta la revolución de 1936 esto fue una constante que se agudizó a lo largo del siglo XIX y principios del XX.
Las revoluciones del siglo XIX estuvieron acompañadas de entusiastas quemas de archivos. Durante los alzamientos liberales y los primeros republicanos. A lo largo de las guerras carlistas y disturbios diversos, los rebeldes de todo tipo, una de las primeras cosas que hacían era reducir los archivos a cenizas, sobretodo los parroquiales, pero también los notariales y los municipales… Y es que a pesar de que la historia académica no reconocerá nunca el hecho, en el siglo XIX habían conflictos contra la propiedad.
En 1835, en Valls, se quemaron los archivos notariales y judiciales en el Motín de los Procuradores, una interesante acción popular dirigida contra los “hombres de leyes”, el año antes se quemaron los notariales e hipotecarios de la Pobla de Lillet, en 1853 los de Vilafranca del Penedés y hacia 1854 los de Tortosa. A lo largo de los ocho años que van de 1869 a 1876 (sexenio democrático, reinado de Amadeo, Primera República, alzamiento cantonal, dictadura del general Serrano y restauración borbónica), se quemaron los archivos notariales y registrales de Falset, Montblanc, Ulldecona, Valls y muchos otros. En esta tarea rivalizaban liberales, carlistas y los primeros republicanos, pero el papel protagonista era de la chusma luddita de las ciudades, los parias de la primera revolución industrial catalana…
A lo largo del siglo XX hay también diversos episodios que culminan con la explosión revolucionaria de 1936. Pero antes hay numerosos sucesos, con la victoria republicana de 1931, entre el 10 y el 11 de mayo, se quemaron muchas iglesias en todo el estado. En la insurrección del Alto Llobregat en el 1932 (sobretodo en. Berguedà), la insurrección de enero de 1933 (especialmente vigorosa en Aragón y la Rioja) y la de diciembre del mismo año, se sucedieron los ataques contra los archivos, especialmente los de la propiedad. Después de la victoria del Frente Popular, durante los meses que van hasta el golpe de estado se destruyeron totalmente 160 iglesias y se dañaron seriamente 275.
1936 El año del gozo revolucionario.
Los revolucionarios de 1936 se aplicaron con todas sus fuerzas a hacer desaparecer todo aquello que los sometía, con la mayor quema de papelamen de la historia reciente. Buena parte de esta destrucción era simbólica (imágenes, libros de santos, monumentos…) pero una buena parte era totalmente práctica. La parte práctica es evidente en el caso de los archivos relacionados con la policía y los juzgados (procesos, sentencias, expedientes de instrucción, sumarios…) y con la propiedad privada, registros de la propiedad, de hacienda y notariales. No es tan evidente cuando hablamos de archivos municipales, parroquiales y censos.
A lo largo de la revolución, Aragón y después Cataluña fueron las zonas donde más archivos fueron destruidos. Se quemaron la práctica totalidad de los archivos notariales de los distritos de Falset, Gandesa y Granollers y muchos otros parcialmente. De los registros de la propiedad y de hacienda se tienen pocos datos, pero fueron destruidos por ejemplo los de las Borges Blanques, Lleida, Arenys de Mar, Vilanova y la Geltrú y buena parte de los de Barcelona. En total se cree que desapareció un 43% de este tipo de archivo.También fueron destruidos unos 200 archivos municipales (aproximadamente el 22% del total) de Catalunya y casi el 75% de Aragón, la Generalitat se esforzó mucho en salvar esta clase de archivos.
Los archivos parroquiales también fueron muy dañados, por ejemplo en Girona, de 839 parroquias solo 8 quedaron intactas, se calcula que se quemó un 30% de patrimonio documental parroquial. En Aragón la destrucción de bienes eclesiásticos (incluidos archivos) fue casi total, los notariales, civiles y de la propiedad ya habían sido seriamente dañados durante las insurrecciones de 1933.
Como podemos ver, excepto casos puntuales de los archivos de algunos distritos notariales, la destrucción estuvo muy lejos de ser total, en parte por temas de organización y logística y por otra por la defensa que hicieron de ellos determinadas fuerzas políticas, incluidos algunos sectores de CNT y la FAI. Hay que decir que en el momento de la retirada, el fuego consumió una buena cantidad de registros y archivos, incendiados por las autoridades republicanas para evitar que cayesen en manos enemigas, especialmente los de las consejerías de la Generalitat y los municipales y judiciales recientes.
¿Y ahora en el mundo de Big Data que haremos?
Con el catastro, el registro civil, el de la propiedad, etc digitalizados y colgados en la nube ¿Qué haremos?, ¿A dónde nos hemos de dirigir parar erigir las piras de los documentos del viejo mundo?
Ahora la memoria del poder se ha extendido hasta el tamaño de zetabites, porque ahora la velocidad de procesamiento de la información ha crecido exponencialmente y se puede acceder a los datos (incluso las imágenes de vídeo) a una velocidad millones de veces más rápida que haciendo el trabajo manualmente. ¿Y donde se encuentra esta información? Ha salido de las dependencias municipales, judiciales, parroquiales y ahora se encuentra en un lugar indeterminado de la nube, en los Centros de Procesamiento de Datos (CPD) con copias espejo en otros CPD. La relativa centralización de los CPD nos da alguna esperanza luddita, pero toda la información está duplicada y es fácilmente deslocalizable, ahora más que nunca, la única alternativa es global, mundial. El poder lo tiene fácil para reconstruirse de cualquier alteración local en cualquier lugar del mundo, necesitamos una acción generalizada.
Por un mundo libre y salvaje
Extraído de la revista Libres y Salvajes Número 3