Colapso

La historia empieza con el neolítico. Es la historia de las mercancías y de los hombres que niegan su humanidad produciéndolas. Es la historia de la separación entre el individuo y la sociedad, entre el individuo y él mismo.

La actual civilización está destinada al colapso. No se trata de la vieja teoría catastrofica, sino de simple lógica y realismo, al repasar la historia de los últimos siglos y milenios de vida del planeta.

El concepto de progreso no ha nacido en la época moderna. Los Grandes Imperios del pasado también creían que su expansión sería eterna. Pero los fundamentos de su sistema social ya estaban podridos. Aquella aparente prosperidad solo era posible gracias a la explotación de la tierra, de todos los seres vivos, de otros seres humanos, y tarde o temprano se giraría en contra, llevando al colapso de aquella enorme civilización.

En un cierto punto de la historia del planeta, hace unos 10.000 años, en la zona de Mesopotamia, muchos grupos humanos empezaron a substituir el modo de vida nómada, basado en la caza y la búsqueda de alimentos, con el que habían vivido en la tierra durante miles de años, con una vida sedentaria basada en la agricultura y la crianza de animales. La que se conoce como “revolución neolítica” se considera el cambio más importante en la historia humana, incluso más importante que el descubrimiento del fuego o de la escritura. Es el amanecer de la civilización actual.

Al principio este cambio pareció llevar muchas ventajas, pero en realidad provocó un mecanismo que llevaría a muchas de estas comunidades a la extinción.

Algunos de los desiertos más grandes que hoy conocemos eran en otra época los lugares donde la civilización florecía. El Sahara estaba muy poblado durante el Neolítico, y se cultivaban sorgo, arroz, melones, sandías, algodón. En el momento en que los humanos se instalaron, aquellas tierras estaban llenas de vida. En pocos siglos, fueron reducidas a extensiones desiertas e inhabitables. ¿Qué había sucedido?

Los recolectores-cazadores son los niños de la tierra. La atraviesan recogiendo por todas partes lo que ofrece. No son conquistadores que la saquean avariciosamente hasta dejarla desértica. Entre ellos no hay ningún maestro, cura o guerrero que se alce para apropiarse de las cosechas.

Los grupos humanos que empezaron a cultivar la tierra tuvieron que abandonar el estilo de vida nómada que lxs llevaba a seguir las migraciones de los animales o el crecimiento estacional de las plantas comestibles para conseguir comida. En realidad aquél nomadismo era una ventaja, porqué les permitía conocer muy bien un territorio amplio miles de kilómetros, por lo que no había peligro de escasez. Una vida nómada también implica una mayor concepción del nivel de presión ecológica que la propia comunidad ejercita sobre el ambiente, y de la necesidad de un autocontrol de la natalidad, para no poner en dificultad la supervivencia de todxs y hacer posible los desplazamientos. Por todo el paleolítico la población terrestre permaneció contenida entre los 4 millones de personas. Los grupos nómadas que dejaban un territorio por otro no dejaban huellas relevantes de su pasaje, nada que pudiera trastornar los equilibrios del ecosistema. Era el ser humano quién se adaptaba al ambiente natural en vez de modificarlo trastornándolo.

La que hoy llamamos “revolución neolítica” marca el pasaje de los recolectores-cazadores nómadas a una sociedad campesina sedentaria. De un modo de supervivencia en simbiosis con la naturaleza se pasa a un sistema de relaciones sociales determinadas por la apropiación de un territorio, el cultivo de la tierra y el intercambio de productos o mercancías.

La “revolución agrícola” o “revolución neolítica” llevó antes de nada a una nueva concepción de la tierra, el pasaje de una visión eco-céntrica a una antropocéntrica. Durante miles de años lxs nativxs se habían sentido parte del mundo natural, respetando la Tierra como un organismo vivo y estando atentxs a no alterar sus equilibrios. En la mente de los pueblos primitivos no hay indicios de aquella arrogancia y de aquél sentido de superioridad respecto a los otros animales y de los elementos naturales típicos de la mentalidad civilizada. Con la agricultura empezó la separación entre ellos y la tierra, considerada des de aquél momento como “recurso” para exprimir con la imposición de una intervención externa, humana.

El cultivo prevé la eliminación del ecosistema natural y la creación de un hábitat artificial que produzca los máximos frutos posibles. El terreno, privado de su vegetación natural, queda expuesto a la intemperie y esto a largo plazo lleva a la erosión de la tierra. Arando la tierra, salen a la superficie un montón de microorganismos responsables de los equilibrios orgánicos de aquél terreno. Las substancias nutritivas disminuyen progresivamente y las tierras para seguir produciendo deben ser tratadas con abonos o fertilizantes. Pero como más intervenimos con manipulaciones que vuelven la tierra “fértil” a breve período, más rápidamente estamos devastando aquél terreno. El riego artificial es una de las intervenciones humanas que a la larga alteran más a los minerales del terreno, llevando a la desertificación. A causa de la deserificación y del crecimiento constante de la pobreza, nace la necesidad de buscar nuevas tierras para cultivar.

De hecho la “revolución agrícola” también va acompañada de un constante crecimiento de la población.

La existencia sedentaria de las comunidades agrícolas necesita des de siempre más brazos para trabajar los campos, y la aparente inicial abundancia de las cosechas lleva inevitablemente a un crecimiento desenfrenado de estas comunidades.

Cultivar la tierra, además, es un trabajo duro. Esto lleva a la voluntad de proteger el fruto de aquél trabajo de las intrusiones externas, a recintar los campos y encerrar los animales en criaderos: es el nacimiento de la propiedad privada. La propiedad privada lleva a un cambio de una vida comunitaria a la vida de los núcleos familiares cerrados, a la monogamia, a la privación de la libertad de la mujer, al patriarcado.

La explotación de la tierra se extendió rápidamente a la domesticación de los animales, a la opresión de la mujer y a la esclavitud humana, en un aumento de dominación. La sobreproducción de frutos y de productos de origen animal (deteriorables y no conservables), que sobrepasaba las necesidades básicas de la comunidad, llevó al intercambio con otros productores, y por lo tanto posteriormente al nacimiento del comercio y de la mentalidad económica/mercantil. De una ética basada en cuidar la tierra, que caracterizaba la comunidad de caza y recogida, se pasó a una ética basada en sacar provecho de ella.

El crecimiento constante de la población condujo a la expansión de los lugares donde la gente se estableció, el nacimiento de las ciudades y del Estado, a la estratificación social, a la división del trabajo, a la política, al control social, a la guerra por la defensa de las ciudades y la conquista de otros territorios. Las bases enfermas de la sociedad jerárquica y tecnológica en la que hoy vivimos ya fueron puestas miles de años antes con el nacimiento de la civilización: gobierno, economía, religión, propiedad privada, autoridad, división de clases, saqueo de la naturaleza, explotación de los animales, legislación, sobrepoblación, patriarcado, imperialismo, esclavitud, represión, enfermedad, privación de la libertad.

¿La comida de los reyes y de los curas no ha salido quizás efectivamente de la agricultura y del comercio instaurados por la “revolución neolítica”? ¿No es tal vez des de entonces que la tierra, devastada, es elevada en una diosa madre que, a través del trabajo de los hombres, Urano, señor celeste, macho y ubertuoso, viola e insemina?

Una mirada rápida a la historia puede confirmar-nos todo esto.

La primera civilización aparece a partir del IVº milenio a.C. En todas las partes del mundo todas han seguido el mismo destino: un periodo inicial de aparente “esplendor” social, la decadencia y finalmente el colapso y la extinción. Se trata del mismo recorrido que estamos atravesando hoy, pero amplificado a la enésima potencia. En la entusiasta creencia de un progreso infinito, sin que casi nadie note el dramatismo del presente en el que vivimos, estamos alegremente acercándonos al abismo.

Las civilizaciones mesopotámicas se desarrollaron hace miles de años en las actuales zonas del Irak y de la Siria, en el rico valle entre los ríos Tigris y Eufrates (Medialuna Fértil). Con la invención del arado y de un complejo sistema de riego, explotaron los terrenos cultivados produciendo cantidad de cereales por encima de sus necesidades: esto dio paso al desarrollo de las ciudades, pero también a la desigualdad social. El riego continuo llevó a la salinización de los terrenos e izo que dejaran de ser fértiles, llevó a la alteración de los equilibrios naturales y al hambre. El imperio tuvo que desplazarse de sur a norte pero esta solución no fue suficiente para evitar derrumbarse, porque al mismo tiempo también había empezado la crisis social. Las ciudades cada vez más pobladas padecían una rígida jerarquía social, arriba del todo había los nobles, sacerdotes, funcionarios gobernantes y guerreros, en un escalón más abajo mercaderes, vendedores y artesanos, y en la base una enorme masa de siervos, esclavos y campesinos pobres, a quienes les esperaban los trabajos duros como la construcción de las presas, de las cisternas y de los canales de riego. La ciudad se expandía gracias a la explotación de su fuerza trabajadora y arrasando los bosques de los alrededores, su leña se usaba para la construcción de naves y edificios. Los pastores también contribuían al daño ecológico impidiendo que volviera a crecer la vegetación con daños provocados por las pezuñas de los animales. En pocos siglos, estas poblaciones llegaron al límite de la expansión agrícola y a la crisis social. La civilización sumera se extinguió alrededor del 1600 a.C.

Lo mismo pasó con la civilización micenea, situada en las costas y en las islas del mar Egeo entre el 1600 y el 1000 a.C. En un ecosistema lleno de bosques, montañas, ríos y animales. Con el tiempo, los Micenei cortaron todos los árboles que cubrían las laderas de los montes del mediterraneo, utilizando la leña como carburante, material de construcción o decorativo, y para el comercio. Las frecuentes lluvias mediterráneas hacían abujeros a las laderas de las montañas, los animales de pasto dañaban la tierra, los ganaderos incendiaban los bosques para abrir espacios a sus rebaños. La expansión demográfica y económica de las ciudades-estado griegas (que des del punto de vista social ya estaban también marcadas por la rígida división en clases sociales, por la esclavitud y por el patriarcado) llevó a la deforestación salvaje de los terrenos de de los alrededores y a políticas imperialistas expansionistas para la búsqueda de nuevas tierras explotadas. La actividad militar cada vez necesitaba más fuentes de energía como madera y carbón, provocando un círculo vicioso.

La misma devastación ambiental la hicieron los Fenicios que en el 3000 a.C., destruyeron los bosques del Libano para edificar y expandir su ciudad de Biblo, y los Etruschi, que se establecieron entorno al VIº siglo a.C. en las costas de Italia central destruyeron los bosques milenarios para hacer hogeras útiles para forjar las espadas de metal que servían para las misiones de las guerras.

Desde el otro lado del mundo, en América, el desarrollo de la civilización hacía un trayecto similar.

Entorno al 2000 a.C los Anasazi habían abandonado su vida de caza y cosecha para dedicarse a cultivar los campos. Su desarrollo fue rápido y siguió el mismo recorrido: sobreexplotación agrícola, expansionismo urbano perjudicando el ecosistema de sus alrededores, organización militar y burocracia, división de clases, esclavitud y trabajos forzados.

El cultivo masiva de maíz con un sistema de riego llevó a una expansión demográfica incontrolada. La deforestación de las zonas de los alrededores fue enorme, porqué la leña se utilizaba como material combustible y para construir enormes edificios que debían simbolizar la grandeza de las élites dominantes. Cuando la tierra ya no podía alimentar la población, la cultura anasazi se derrumbó, junto con el ecosistema.

Los Maya, que vivían en la parte meridional de la Mesoamerica a partir del 2000 a.C., ya se habían extinguido solos mucho antes de la llegada de los colonizadores europeos. En su llegada estos solo encontraron una imponente arquitectura de dioses y gigantes, piramides-templos, estatuas, ciudades enteras. Su civilización fue un imperio imponente, subdividido en ciudad-Estado gobernada por la aristocracia religiosa, basada en la guerra permanente, en la esclavitud, el sacrificio humano y la tortura. La cultivación masiva de maíz provocó la destrucción de los densos bosques que había en los alrededores ricos en flora y fauna. A causa de su expansión demográfica y el consumo del territorio ocuparon cada vez nuevas tierras y aplicaron nuevas técnicas de intensificación agrícola.

La crisis ecológica se sumó a la crisis social con cada vez más pobreza, guerras internas y opresión social. Al final del siglo IXº d.C los centros de la zona central del imperio Maya fueron abandonados y sus ciudades se extinguieron; sobrevivieron solo pequeños grupos que habían vuelto al nomadismo.

La civilización Indica prosperó en India des del 2500 a.C. creando centros urbanos rígidamente organizados, estructuras del poder governamentel, político y religioso, calles, canales de agua, sistemas de riego, alcantarillas, pozos públicos y depósitos para los cereales. Esta también preparó su misma aniquilación con la política de devastación ambiental, que provocó la sequía de las tierras, y con una organización social basada en la autoridad que llevó a graves crisis sociales.

Hace falta mucha amargura y una gran dosis de cinismo para atreverse a llamar “historia de la humanidad” a una sucesión de guerras, genocidios, masacres, decoradas con tres pirámides, diez catedrales, La flauta mágica, el cine, el frigorífico y el trasplante de órganos.

Hay infinitos ejemplos más de civilizaciones que siguieron recorridos parecidos, que recuerdan a nuestra civilización actual. La “revolución” industrial, el crecimiento de la ciencia moderna y la tecnología y la expansión de un modelo económico capitalista han sido los siguientes pasajes importantes en la historia de la dominación, que están acelerando sensiblemente la carrera desastrosa hacia la destrucción del planeta y nuestra auto-aniquilación. En los últimos dos siglos hemos producido más daños permanentes a la tierra y más instrumentos de control social que en millones de años precedentes de vida en el planeta, sin contar que hemos pasado de ser 750 millones de habitantes a los 7 mil miliones actuales, y que seguimos creciendo a una velocidad vertiginosa. A este paso, es evidente que cada vez nos será más imposible una forma de supervivencia en este planeta.

Cada sistema en crisis, en vez de preocuparse en observar las causas principales que són la raíz de los problemas, tiende a intentar sobrevivir sembrando aún más destrucción y muerte, acelerando así la propia caída. Así es como hoy, frente a la inevitable extinción de las materias primas de la tierra, que hemos exprimido hasta la última gota para producir energía que alimentase un sistema simplemente insostenible, gobiernos, élites económicas y multinacionales proponen como “solución” intensificar las formas de explotación ambiental (deforestación para dar espacio a cada vez nuevos monocultivos, construcción de nuevas centrales nucleares, o de gaseoductos, instalaciones hidroeléctricos, parques eólicos vendidos como formas de energía “verde”, difusión de transgénicos para “aumentar la producción”, cada vez más uso de abono y pesticidas), humanas (colonización, guerras e imperialismo para el acaparamiento de nuevas tierras, sometimiento de la población al modelo de vida occidental, pérdida de la autosuficienza alimentaria, etc.) y animales (criaderos cada vez más grandes que encierran decenas de miles de individuos, uso de transgénicos, antibióticos y hormonas del crecimiento en la comida de los animales, etc.). Frente a las enfermedades cada vez más graves que el ser humano sufre en el ambiente tóxico de las ciudades o de los campos en el que está obligado a vivir, la “solución” adoptada es producir nuevos fármacos que debilitan nuestras defensas inmunitarias y contaminan las aguas subterráneas con sus residuos, torturar millones de animales para intentar “curar las enfermedades” causadas por la misma civilización, aniquilar los tumores de nuestros cuerpos con radiaciones o bombardeos químicos. La “solución” a la crisis social causada por las crecientes diferencias económicas es aumentar la industrialización, nuevas obras gigantes y nocivas para dar puestos de trabajo, nuevas guerras para aumentar el PIL con la industria de armas.

Su cielo está vacío, su creencia consumida, su orgullo en lágrimas, su civilización en ruinas. Y, sin embargo insisten, para una inercia abitudinaria, a arrodillarse sin fe, a glorificar la desgracia, a ahogar el deseo bajo la presión del trabajo y a ahorrar para un futuro desierto.

Claramente hay responsabilidades bien precisas detrás de todo esto, la responsabilidad de las élites del poder que llevan las riendas de este sistema de muerte, pero esto no podría suceder sin la complicidad o la indiferencia de la gran mayoría de las personas que viven y dependen de este sistema. Aún convencidas de vivir del mejor modo posible, se han vuelto ciegas por la fiebre de la civilización que impide ver como otros modos de vida son y han sido posibles, las poblaciones de los países industrializados solo aspiran a adquirir el mismo bienestar económico de la élite que les gobiernan, la misma seguridad dada por el dinero, por las mercancías y por los productos tecnológicos obtenidos con la sangre de la tierra. Pocas de estas personas se dan cuenta de que somos todxs esclavxs de un sistema que nos quiere sus engranajes y que nos ha quitado toda autonomía, o tienen conciencia del hecho que este sistema está construido gracias al exterminio, incluido él de la especie humana.

Los problemas no han empezado ni con el capitalismo ni con la industrialización, pero tienen raíces aún más profundas y antiguas.

La dominación nace en el momento en que el ser humano ha empezado a domesticar y someter la tierra y los animales, para después domesticarse y someterse a sí mismo y sus parecidos. Alterando los equilibrios naturales y privando a otros seres vivos de su libertad ha creado el mecanismo de control total que ha llevado a la situación en la que hoy nos encontramos. Una crítica al capitalismo, a la industrialización y al sistema tecnocientífico que no intenta subvertir nuestra relación con la tierra y con los otros habitantes de este planeta sigue siendo muy parcial, aunque para nuestra consciencia sea más tranquilizante imaginar tener que demoler “solo” al capitalismo y (para quién va más allá) los últimos dos siglos de industrialización para volverse a encontrar en un mundo “libre”. Es solo gracias a esta creencia que muchxs anarquistas aún creen en el Mito de la Revolución, que es hora de romper de una vez por todas.

¿De qué Revolución hablamos, en estas condiciones? ¿Queremos estar ciegos delante de la realidad? ¿Engañarnos a nosotrxs mismxs creyendo que llegará una revolución que resolverá todos los problemas? ¿Aún queremos proponer perspectivas que ven las masas proletarias como sujetos de la futura percepción social, con los buitres de la política preparados para lanzarse sobre el cadáver del viejo poder para insinuar uno nuevo?

En la sociedad actual no existe ninguna fuerza revolucionaria que luche contra la civilización. No existe ni siquiera una concepción colectiva sobre la extensión de los problemas que forman el corazón del sistema de dominio actual, es más, los informes de lxs críticxs de la civilización resultan prácticamente incomprensibles para cualquiera, excepto para pocxs anarquistas y ecologistas radicales del “primer mundo” y para lxs nativxs que aún se defienden de la invasión de la civilización. En la actual sociedad del espectáculo los ciudadanos de la democracia están completamente ciegos ante los últimos artilugios tecnológicos lanzados al mercado y alienados por su misma rutina cotidiana, por su pequeño universo cerrado, muy lejos de comprender los daños y las consecuencias del aparato que vuelve posible estas aparentes “comodidades”. Incluso quien cree en el mito de la Revolución y del nuevo mundo que nacerá, a menudo no ha hecho un trayecto individual de liberación de los engranajes (incluso mentales) del dominio, imaginado posible una vida libre en la ciudad, basada en la auto-organización de los edificios, de las oficinas y de los barrios, alimentando así la ilusión de que este sistema tecno-industrial sea de algún modo sostenible y gestionable desde abajo.

Ninguna revolución social apuntará a demoler las bases de la civilización, por esto no llevará a nada más que (la historia enseña) a un nuevo régimen, a un cambio solo aparente en las riendas del poder. La destrucción de la tierra continuará incesante sin que nada decisivo haya cambiado. El temporal despertar colectivo de las masas respecto a la propia condición de esclavitud nunca ha estado acompañado de una concepción del propio potencial de liberación, y las ha llevado siempre a hacerse readomesticar rápidamente por algún nuevo régimen, porqué realmente nunca hubo la intención de demoler de verdad cada poder y conquistar la autodeterminación.

Todas las revoluciones han sido demolidas y se han vuelto irreales a causa de los diferentes partidos, profesionales de la política o reformistas que no esperaban nada más que el momento vacío de poder para precipitarse a coger el lugar del antiguo régimen. Si nosotrxs anarquistas aún creemos en la revolución como un momento romántico de contraataque social que llevará a un mundo nuevo y a una organización social igualitaria, somos pobres ilusxs. Después de los primeros momentos de euforia destructiva de una eventual revolución, no habrá nada más que represión despiadada, guerra civil, derramamiento de sangre y luchas para el poder. El gobierno y los ejércitos nunca han estado tan equipados técnicamente y militarmente como hoy para controlar y reprimir eventuales insurrecciones de masa. E incluso si la revolución fuera más fuerte que todo esto, siempre habrá quién intentará imponer un nuevo orden social para el “bien colectivo”, un orden que producirá sus normas, leyes e imposiciones, igual de asfixiantes para el individuo.

Sin contar con que en los países del capitalismo avanzado donde vivimos, la revolución social generalizada parece actualmente algo muy lejano y utópico. Las poblaciones de estos países nunca habían estado tan alienadas como hoy, inconscientes y obedientes de su propia esclavitud, preparadas para defender el sistema incluso con su propia vida. Solo las crecientes diferencias económicas, la opresión constante causada por el racismo o por la brutalidad policial llevan tal vez a una rebelión de masas, que se limita a un desahogo temporal de rabia engendrada por la dificultad de soportar la vida cotidiana. Es el caso de las revueltas de lxs subproletarixs, de lxs negrxs, de lxs ilegales de la periferia de París, de las periferias de Londres, Estocolmo, Ferguson, Atenas y así sucesivamente. Tal vez la explosión de rabia se convierte en algunos días o semanas de guerrilla urbana, de edificios en llamas y policías heridos que calientan el corazón. Es la verdadera revuelta anarquista, lejana de los aburridos cálculos políticos y alimentada por una fiebre destructora de revancha.

Pero por desgracia acostumbra a durar poco, porqué disminuido el entusiasmo inicial, cuando empieza la represión, la mayor parte de las personas vuelve a su vida anterior, volviendo a caer en la resignación. Cuando en cambio, quién baja a la plaza hace reivindicaciones concretas, estas son casi siempre de estilo ciudadanista-reformista (aumento de los sueldos, derecho a la casa para todxs, no a los despidos, ni a los impuestos, cese de una obra nociva concreta etc.) y no hacen mas que intentar reforzar el sistema volviéndolo aparentemente más aceptable.

En cada caso son reivindicaciones que no tienen nada que ver con el derrocamiento de cualquier forma de poder, de economía, de tecnología, de explotación. Estas formas de protesta o incluso de enfrentamiento con el poder son rápidamente absorbidas por los diferentes políticos de profesión (sindicatos, desobedientes, autónomos, comunistas e incluso una buena parte de anarquistas), que se disputan el control de la plaza y la masa de lxs explotadxs, esperando sacar quién sabe qué ventaja.

¿Qué conclusiones sacar del cuadro desolante de esta análisis?

La situación en la que nos encontramos no es de color de rosas. Este no es un motivo para recaer en ilusiones de estilo socialista-cristiana que nos consuelen sobre el futuro idilico que nos espera, sobre la revolución anarquista que vendrá, sobre el despertar de las masas de lxs explotadxs.

Dejar de creer en estas fabulas significa en consecuencia, por parte de lxs anarquistas, dejar de una vez por todas de proyectar a largo plazo y abandonar los cálculos políticos que quieren acercarse a las masas y llegar a un consenso. No somos políticos ni curas, no debemos seguir a nadie ni predicar nuestras creencias a quién ni siquiera quiere escucharnos. Es necesario un mayor realismo (aún que sea doloroso) en nuestras análisis, que vaya a las raíces de los problemas y sea un estímulo para la liberación individual de las cadenas del dominio (autodeterminación), sin esto no puede haber ningún acto de verdadera revuelta existencial.

Siguiendo así el sistema está destinado a colapsarse, de un modo o de otro, estando podrido des de sus bases. Antes o después los desastres ecológicos y sociales cada vez más graves e imparables creados por gobiernos y por el sistema capitalista llevaran a crisis de consecuencias inimaginables. La cuestión es: ¿queremos permanecer de brazos cruzados esperando pasivamente que llegue ese momento (que seguramente no será libertario sino horrible, entre otras cosas)? Corresponde cada unx de nosotrxs decidir si vivir una vida de sumisión y silencio o empezar a organizarse – solxs o en compañía- para hacer algo aquí y ahora si aún tenemos algún sentimiento fuerte que nos quema por dentro (amor, odio, pasión). Trazar claramente la línea que nos separa del enemigo y elegir de que parte estar. Empezemos por nosotrxs, llevando adelante la teoría y la practica de nuestras ideas e impulsos de libertad y de ataque hacia este existente mortífero, para liberarnos en primer lugar de nosotrxs mismxs. Si alguien, escuchando el eco de nuestras explosiones, siente renacer dentro de sí un instinto salvaje de libertad, entonces lx encontraremos como compañerx a nuestro lado. Nuestra lucha no puede ser nada más que la extrema rebelión desenfrenada de nuestro lado no domesticado, de todo lo que aún sobrevive dentro de nosotrxs.

 


 

*Articulo de: Fenrir

Las frases en cursiva son del libro “Ai viventi sulla morte che li governa e sull’opportunità di disfarsene” de Raul Vaneigem (ed.Nautilus, 1988)


*Extraído de la Revista Anarquista Ecologista Fenrir N° 5

//contramadriz.espivblogs.net/files/2016/02/bibliotecarevistafenrir5.pdf