Hoy lo inmaterial, en vez de identificarse con el reino de la alienación se identifica cada vez más con el reino de la libertad. En el momento en que el espectáculo ya no ocupa solo nuestras vidas, sino también nuestros sueños, nuestras aspiraciones, el rol simbólico que una vez fue de la revolución, podemos decir que un círculo se ha concluido. Con una especie de silenciosa Invasión de los ultracuerpos el espectáculo se ha apoderado de nuestras vidas, de nuestros cuerpos, reduciéndonos a cáscaras vacías.
-Guy Debord-
Existe una odiosa costumbre del pensamiento humano: la de confundir libertad y alienación.
Muy a menudo la tecnología y sus aplicaciones son consideradas simples instrumentos, tendencialmente dotados de neutralidad, a disposición del ser humano tanto por los más nobles, como por los más censurables trabajos. Una visión así, corre el riesgo de hacer olvidar toda la capacidad que estos medios tienen en términos de control social sobre el individuo, además de la desnaturalización de las relaciones. Consideramos oportuno criticar las razones de esta concepción a partir de dos episodios sucedidos en dos partes diferentes de Europa.
El primer caso ocurrió hace poco tiempo (a finales de octubre del año pasado), cuando Ungría fue golpeada por la rabia de la sociedad civil, guiada por el conservador Orban, cuyo gobierno se ha vuelto protagonista en el propio país de políticas reaccionarias y xenófobas.
Lo que ha hecho enfadar a decenas de millares de personas ha sido la elección de las autoridades de aumentar los costes de la navegación en red.
Sobre lo que queremos reflexionar principalmente, no son las razones de la protesta, sino una de las prácticas llevadas adelante por los manifestantes. En las fotos que retrataban la multitud de las calles de Budapest, emergía una nueva forma de desacuerdo: la masa de gente encendía al mismo tiempo miles de smartphone y móviles como acto simbólico contra el procedimiento del gobierno. He aquí entonces la enésima evolución de la protesta 2.0, que tampoco le faltó encontrar sus seguidores aquí en Italia. El pasado 23 de noviembre, de hecho, en el centro de Milano, activistas han encendido simultáneamente sus tablet para difundir entre las personas que pasaban por delante imágenes de los visones encerrados en los criaderos italianos y denunciar los maltratos.
Hay un aspecto realmente interesante en todo esto: estas protestas asumen la forma de una “lucha” para tomar mayor alienación más que apuntar a una liberación del dominio tecnológico, que aquí delata una vez más su rostro totalizante, aniquilando cada deseo humano que no quiere someterse a la dictadura virtual. Tanto los opositores del gobierno de Ungría, como los animalistas del propio país o región, muestran estar entre los súbditos dispuestos a protestar solo para justificar y reforzar el entero mecanismo de dominio tecno-industrial – productor de miseria, devastación y domesticación del ser vivo – no para criticarlo y atacarlo.
Ya hay muchas movilizaciones de masa que llevan con ellas el intento por parte de sus componentes de crearlas y/o difundirlas con los medios que el progreso tecnológico pone a disposición. A todo esto contribuye el rol de los medios tradicionales, los cuales por ejemplo habían sentenciado la “primavera árabe” como revoluciones sociales, acentuando el rol de las redes sociales en la difusión y propagación de las revueltas, presentándolas como creadas y favorecidas por la interacción de miles de personas en las plazas virtuales. A la larga fila de los activistas-hitech ahora se han añadido los manifestantes italianos y ungaros (pero quién sabe cuántos, después de ellos, ya están viniendo…), que protestan armados con sus prótesis tecnológicas. Así la navegación en red asume, tanto las características de una necesidad primaria, como la presencia de una persona entre los inscritos en el Facebook o Twitter, factor imprescindible para la propia existencia. Es el triunfo de una nueva forma de activismo: espectacular e idiota, siempre preparado para inmortalizar con el teléfono o la cámara de vídeo momentos de enfrentamientos de plaza, para capturar el momento en qué la piedra es lanzada contra el policía y para filmar el enésimo abuso de los policías; ahora está en cambio en primera fila para protestar contra una medida que le limita el acceso a la red o para denunciar las torturas de la industria de la peletería, mostrando al poderoso de turno su “peligrosidad” a través del desahogo de su aparato de entretenimiento de última generación. No vemos nada de atractivo en esta puesta en escena. Es más, esta es la enésima prueba del hecho que las protestas cada vez más a menudo asumen características ridículas y caricaturales, nacidas espontáneamente y potencialmente destructivas pero canalizadas hacia formas llamativas y efímeras.
El vínculo entre guerra al existente y dispositivos tecnológicos produce efectos positivos solo para el poder, no para quién se revela. ¿Cuales son los orígenes de las cámaras de videovigilancia, la industria, las bio- y nanotecnoligías, los ordenadores, los móviles, los gps y muchas otras diabluras? ¿Que intereses les sirven, qué dinámicas llevan por su naturaleza a reproducirse y con qué efectos? Nosotrxs estamos entre aquellxs que no cambiaríamos ninguna emoción y espontaniedad por más tecnología, que en realidad implica solo alienación y control. No existe una tecnología buena y una mala, sino instrumentos nacidos en ambientes y circunstancias determinadas y que responden a una mentalidad militarista, explotadora y antropocentrica.
Toca por esto a lxs enemigxs de la tecnología y de sus fieles siervos desenmascarar la verdadera naturaleza y acabar con este orden necrofilo.
algunxs enemigxs del tecnomundo