“Protestan contra la energía que fluye debajo de su casa, ¡pero dentro de su casa la quieren!”,
chilla la conservadora burguesía nacional-popular estos días al notar lo que está alterando a una pequeña aldea en Puglia y extendiéndose al resto del país. Peleas entre policías y oponentes frente al sitio de futura construcción del TAP, el gasoducto de casi 3000 kilómetros que va desde Azerbaiyán hasta Turquía (TANAP, Gasoducto de Gas Natural Trans-Anatoliano), continuando a través de Grecia y Albania, cruzando el Mar Adriático para finalmente alcanzar las costas de Lecce en Italia. En esta lucha donde no siempre es fácil entender dónde termina la razón y empieza el pretexto, Salento no está sola.
Standing Rock, por ejemplo, es una reserva indígena en Dakote del Norte en los Estados Unidos. Hythe por el contrario es una pequeña aldea de ni siquiera un millar de almas, perdida en el norte de la región de Alberta, en Canadá. Si dejamos el Nuevo Continente para movernos a Europa, en Alemania encontramos Niederzier, una pequeña ciudad de alrededor de 15.000 habitantes en Renania del Norte-Westfalia. En Francia entonces varios lugares así vienen a la mente, como Haute Durance, en los Altos Alpes, justo en la frontera con Piemonte, en Italia. O los pequeños pueblos en Burgondy, en Haute- Vienne, en el Loire o también no muy lejos de París. Y en Finlandia podríamos citar Pyhäjoki y el Golfo de Botnia.
¿Qué podría estar conectando todos estos puntos geográficos?
No sólo es el hecho de que también allí están siendo construidas, o están activas desde hace años, como en el caso de Alemania, estructuras para la explotación de los recursos energéticos, sino también que todos esos proyectos queridos e impuestos desde arriba se están encontrando con una fuerte resistencia desde abajo, con formas de lucha que a menudo rompen con la ansiedad del disentimiento legal, estallando en abierta revuelta (de la tristeza de las peticiones a la euforia del sabotaje).
Ahora, como un sinónimo para el poder que permite a la vida manifestarse a sí misma, la energía casi nunca corre el riesgo de ser puesta en discusión. Todo el mundo la quiere, porque a nadie le gusta la debilidad, el inmovilismo, la parálisis (que viene junto con una falta de energía). Esto hace que la acumulación de energía, la localización y explotación de sus fuentes, se perciban universalmente como un hecho evidente, siempre positivo y que por lo tanto merece la pena. Una puede criticar el uso de un cierto tipo de energía considerada contaminante y peligrosa – como la energía nuclear – pero no la necesidad de energía como tal.
Y esto explica la razón por la que, por un lado, muchas opositoras tienden a criticar la arrogancia decisional y las opciones técnicas relativas a varios proyectos energéticos en lugar de criticar su objetivo; y por otro lado, que las partidarias de tales proyectos se sorprendan cada vez que una se atreve a oponerse a lo que a sus ojos representa más o menos la continuación de la vida en la Tierra.
En los Estados Unidos y en Canadá, por ejemplo, el objetivo de las protestas es un oleoducto. Contra el Dakota Access Pipeline (DAP), cubriendo los 2000 kilómetros de distancia entre el norte de Dakota e Illinois, muchas tribus piel roja, empezando por las Sioux, declararon la guerra. Aparte de las habituales peticiones y apelaciones a las autoridades (el septiembre pasado, hubo no menos que 33.000 de estas), el pasado abril, las descendientes de Toro Sentado establecieron un campamento que querían que fuese un centro para la conservación cultural y la resistencia espiritual contra el oleoducto, al que se unieron miles de manifestantes (con muchas blancas entre ellas). Y allí, en la convergencia de dos ríos – en un lugar que muchas tribus piel roja consideran sagrado – se llevaron a cabo varias manifestaciones, terminando con enfrentamientos violentos con la policía.
Parece que las Sioux están contra el paso del oleoducto por su territorio porque destruiría los lugares históricos y religiosos que son importantes para su historia y porque comprometería sus reservas de agua. La tribu tampoco habría sido suficientemente consultada.
Por otro lado, la Energy Transfer Crude Oil insiste en que este oleoducto – aparte de ser un sistema para transportar petróleo más seguro, ecológico y económico – ayudaría a los Estados Unidos a ser menos dependientes de regímenes políticamente inestables y crearía miles de puestos de trabajo.
Al otro lado de la frontera, en Canadá, el 15 de enero de 2017 alguien usó los motores del sitio de las obras para excavar y destruir una sección de otro oleoducto en construcción, causando daños de alrededor de 700.000 dólares (pero sin causar derrames tóxicos). La región de Hythe es una zona de ricas tradiciones, donde en las últimas décadas cientos de acciones directas tuvieron lugar contra los oleoductos y el petróleo. Justo en las afueras de Hythe vivía una comunidad cristiana dirigida por Wiebo Arienes Ludwig (el John Brown de la lucha contra la industria del gas y el petróleo), quien murió de cáncer en 2011 tras haber atravesado varias calamidades judiciales (sospechoso de ser el autor de acciones de sabotaje, fue arrestado mientras compraba dinamita a un policía infiltrado).
Hace un mes, tras el último sabotaje, un oficial de la Canadian Association of Energetic Pipelines (Asociación Canadiense de Tuberías Energéticas) señaló tristemente que “a pesar de la presencia de personal de seguridad, si una o más individuas ahí fuera quieren causar daño, pueden entrar y hacer su acción mientras los agentes de seguridad están al otro lado”.
En Westfalia, en los alrededores de Niederzier, encontramos la notoria mina de Hambach. Lignito, o carbón marrón, no petróleo. Activa desde 1978, Hambach, con sus 34 kilómetros cuadrados y su profundidad de 450 metros, es el mayor agujero hecho por la mano humana en Europa. A través de los años, en esa zona, pueblos enteros han desaparecido de la superficie de la Tierra, devorados por la industria del carbón – hoy considerada incluso más necesaria para evitar el uso de energía nuclear – y ahora, su expansión posterior está amenazando también el bosque homónimo por el cual muchas personas se están movilizando. Algunas construyen pequeñas casas en los árboles y viven allí para impedir la tala del bosque, otras se dedican a otras actividades de perturbación. El 25 de noviembre de 2016, por ejemplo, algunas personas esperaron por la cobertura de la noche para atacar con fuego algunas estructuras de la multinacional energética RWE en los alrededores de la mina. Y a comienzos de enero de este año, las vías de tren de la mina ardieron en llamas.
Mientras tanto en Francia, líneas de alta tensión así como parques eólicos han sido puestos en cuestión. En Haute Durance, una ha perdido la cuenta de las numerosas acciones de sabotaje realizadas en los últimos años para protestar contra un proyecto que según la RTE (Red de Transporte de Electricidad) cumpliría un auténtico milagro: mediante la construcción de dos nuevas líneas de alta tensión, con cientos de postes, logran garantizar no sólo el desarrollo de proyectos de energías renovables, sino también la biodiversidad de la zona (¡sic!).
La dependencia del poder nuclear juega un importante papel también en la construcción de parques eólicos, planeados en muchas zonas de Francia (como aquellos ya funcionando en Puglia y muchos otros sitios de Italia). Pero también en este caso, no faltan protestas y acciones directas dejando atónitas a las partidarias de las llamadas energías limpias. Como las oficiales de la compañía Epuron, una multinacional explotando la granja eólica en Saint- Suplice Les Feuilles, que está enfrentando “una oposición principal de personas con falta de argumentos, mientras jugamos las cartas de la transparencia y la información”.
Promueven una fuente de energía renovable, no contaminante, y por lo tanto no entienden por qué en todo el país están teniendo lugar ataques contra las torres construidas para medir los vientos: en la noche entre el 4 y el 5 de abril de 2016, la torre de Fertrève fue derribada en la región de Amognes, construida por VSB en la propiedad del alcalde del pueblo; entre el 31 de octubre y el 1 de noviembre, la torre de Châtenaysur- Seine fue serrada, construida un año antes por la compañía Neoen; una noche más tarde, la torre de la compañía Abowind en Doizieux fue destruida (por segunda vez en pocos meses). Según el alcalde de este pueblo, fue “un acto de vandalismo cometido por un pequeño grupo de personas totalmente irresponsables que no tienen otra razón para existir que la intolerancia y la violencia que exhiben”.
Más recientemente, en la noche del 11 al 12 de febrero de 2017, el “Colectivo de Acción Disidente Viento de Rabia” tiró abajo una torre eólica en Savigné, propiedad de la empresa RES.
Hablando de Finlandia, no todo el mundo está preparado para permitir a Fennovoima – compañera de la compañía estatal rusa Rosatom, la única empresa en el mundo capaz de suministrar cada uno de los elementos para la energía nuclear – para construir la planta de energía nuclear de Hanhiviki en el Golfo de Botnia, un proyecto en el cual están involucradas varias corporaciones internacionales. Aparte de acampadas de protesta, y después de una acción de sabotaje contra maquinaria pesada en el sitio de construcción en Pyhäjok en junio de 2015, durante la primavera de 2016 el fuego primero destruyó vehículos de la empresa responsable de la seguridad de la obra y luego bloqueó la carretera de acceso para expresar el rechazo a cualquier diálogo, a cualquier debate, a cualquier negociación.
Obviamente todas y cada una de las que se oponen a todos los diversos proyectos energéticos en construcción alrededor del mundo tienen sus propias buenas razones para luchar, desde la conservación de sus tradiciones a la conservación de la naturaleza y de la vida en sí misma. Pero existen también más asuntos universales que rara vez son tenidos en consideración ya que pondrían en tela de juicio a la propia civilización en la que vivimos.
Todos en uno: ¿Qué propósito tiene toda esta energía en la sociedad actual?
Cuando funcionarias del Estado y administradoras delegadas de las multinacionales hablan sobre energía y la necesidad de encontrar nuevas fuentes de energía – sean nucleares o eólicas, de carbón o gas – ¿de qué están hablando realmente? ¿Por qué razón se preparan para extraer 7400 millones de barriles de petróleo de la Formación Bakken en Dakota del Norte, o para extraer cada año 30 millones de toneladas de carbón en la mina de Hambach? ¿Están preocupadas de que no se pudra la comida de nuestros refrigeradores, de que no se vayan las luces de nuestras casas, de que nuestras tareas diarias no encuentren dificultades, de que el combustible para la explotación y el control nunca falte?
Esta es una de las banalidades que, como nos acompañan 24 horas al día, una tiende a olvidar: el propósito de la energía es hacer funcionar este mundo, un mundo que ciertamente no está hecho a la medida del ser humano.
Quizá la mejor manera de entender esto es echando un vistazo a la historia de la energía. Es una historia que se transmite a partir de una mentira, la mentira sobre las transiciones de energía. Estas transiciones no existen, nunca han existido. Una no va de la madera al carbón, luego del carbón al petróleo, luego del petróleo a la energía nuclear… La historia de la energía no tiene tales transiciones, sólo adiciones.
Esto enmascara otra mentira, la mentira sobre las fuentes de energía alternativas al TAP de manera que se evite el uso de recursos contaminantes. En realidad, nuestra civilización tiende a acumular, no a sustituir. El hecho de que algunos gobiernos eviten el uso de una cierta fuente de energía, ciertamente, no sale de preocupaciones éticas, sino de elecciones estratégicas.
Alemania, por ejemplo, aunque el país es uno de los líderes en el sector de la energía solar y (por el momento) intenta no usar energía nuclear, es al mismo tiempo un enorme productor global de energía con carbón, altamente contaminante (la mina de Hambach está considerada como la tercera mina más dañina de Europa). Y durante todos estos años, el consumo de carbón, aunque inferior al de petróleo, sólo aumentó. Hoy es quemado más carbón que en el pasado. Históricamente, las transiciones/adiciones energéticas no obedecen a una lógica interna de progreso (los primeros motores de vapor eran muy caros e ineficaces) y ni siquiera a una lógica de superación de la escasez (los Estados Unidos eligieron el carbón incluso si poseían enormes bosques). Son siempre las lógicas de poder las que prevalecen, las elecciones políticas y militares.
El caso del petróleo es emblemático en este sentido. Su principal papel está realmente conectado con la hegemonía de los Estados Unidos. Durante el Siglo XX, el coste del petróleo ha sido siempre más alto que el del carbón, tanto en Europa como en Estados Unidos. Su ascenso por tanto sería inexplicable desde un punto de vista solamente económico. El carbón es más barato, pero tiene una gran desventaja: tiene que ser extraído de las minas pieza por pieza, cargado en convoys, transportado en ferrocarriles o barcos, luego cargado en altos hornos que tienen que ser alimentados, vigilados y limpiados. Esto significa que el carbón da a la gente que lo extrae – las mineras – la posibilidad de interrumpir el flujo de energía que alimenta la economía. Sus reclamaciones, por lo tanto, no podrían ser ignoradas por la clase dominante, la cual a finales del Siglo XIX vio en las luchas de las mineras el fermento que llevó al desarrollo de sindicatos y partidos de masas, a la extensión del sufragio general y a la adopción de leyes de seguridad social.
La “petrolización” del mundo por tanto corresponde a un intento, por el gobierno de los EE.UU., de debilitar a los movimientos de trabajadoras. El petróleo es extraído en la superficie, es más fácilmente controlable y transportable, requiere menos trabajadoras y con tareas más diversificadas (lo que obstaculiza la formación de organizaciones de trabajadoras fuertes). Una de las metas del Plan Marshall fue exactamente alentar a los países europeos – infestados con el virus subversivo que condujo a numerosas insurrecciones en la primera mitad del siglo pasado – a abandonar el carbón en virtud del petróleo. Para este fin se destinaron fondos sustanciales a la construcción de refinerías. La energía consumida por individuas particulares en sus casas, tan presente en los anuncios de las corporaciones energéticas, es totalmente irrelevante comparada con la energía que necesita la industria militar y civil. Una sola empresa es capaz de consumir cada año una cantidad de energía igual a la cantidad usada por las habitantes de toda una ciudad en sus casas. Por no hablar de la guerra, que devora energía en dimensiones inimaginables.
Durante la Segunda Guerra Mundial, cada soldado americano consumía un galón de petróleo (3,7 litros) al día, lo cual aumentó a 9 galones (33, 3 litros) durante la Guerra de Vietnam, luego a 10 galones (37 litros) durante la Tormenta del Desierto y luego a 15 (55,5 litros) durante la Segunda Guerra del Golfo. Las nuevas máquinas de guerra quemaban tanta energía que su consumo no es medido en litros por cada 100 kilómetros, sino en litros por hora. Un avión de combate F-15 quema 7000 litros de keroseno por hora, un bombardero B-52 quema 12.000. En 2006, la Fuerza Aérea estadounidense consumió 9620 millones de litros de keroseno.
Estos son ejemplos y consideraciones que nos llevan a reflexionar sobre algunas cuestiones más fundamentales: ¿Qué propósito tiene la energía y quién se beneficia de su ubicación? Que el mundo está balanceándose en el borde del abismo es una conciencia, o incluso sólo una intuición, que está siempre extendiéndose más y más y que ninguna anestesia mediática-tecnológica puede detener.
Con todo horizonte revolucionario cancelado en la historia, frente a una humanidad en decadencia – y a merced de guerras, catástrofes, epidemias, éxodos y tal – sólo aparece la extinción, la cual se hace probable incluso para las expertas más optimistas. No hay botes salvavidas en nuestra titánica sociedad. Para aquellas que no quieran gastar sus vidas con plegarias o indiferencia, como para aquellas que no pretenden capitular frente al fatalismo, no hay duda: bloquearlo todo es lo mínimo que una puede intentar. Las luchas en marcha alrededor del globo contra la explotación de los recursos energéticos no sólo plantea la pregunta, sino que también ofrece una posibilidad. La multiplicidad y las contradicciones de sus motivos no deben engañarnos.
Sí, en comparación con el pasado, en el tercer milenio se ha vuelto posible que el deseo de subversión se encuentre con la esperanza de sobrevivir en el mismo terreno, el terreno que quiere impedir y detener la reproducción técnica de lo existente. Pero también es un encuentro que se convierte en un choque, porque es evidente que una parte del problema no puede ser al mismo tiempo parte de la solución. Para vivir sin toda esta energía necesitada sólo por las políticas y personas medias, necesitas querer vivir sin aquellas que buscan, explotan, venden y usan la energía.
Las necesidades energéticas de toda una civilización – la civilización del dinero y del poder – seguramente no pueden ser puestas en cuestión sólo por el respeto a los olivos centenarios y a los ritos ancestrales, o para salvar bosques y playas que están en gran parte ya contaminadas. Sólo una concepción diferente de la vida, del mundo, de las relaciones, podría hacer esto. Sólo esto puede y debe poner la energía en cuestión – en su uso y sus requisitos, y por tanto también en sus estructursa – y al hacerlo, poner en discusión a la propia civilización en sí misma.
Y esta es la pesadilla de cualquier persona del poder, preocupada por sus privilegios e ingresos. No es una coincidencia que las burócratas de la Unión Europea hayan declarado la energía como uno de sus puntos más sensibles: las fuentes de energía son “infraestructuras críticas” que tienen que ser defendidas a toda costa. Por ese motivo el gobierno italiano declaró el TAP como un proyecto “estratégico”. En un cierto sentido, el poder sabe que los seres humanos podrían vivir (y vivir incluso mejor) sin toda esta energía, pero el Estado no. Si una priva a este mundo de la energía que lo perpetúa, ¿qué pasaría?, ¿el apocalipsis que las guardianas del orden juran que estallará cuando la industria y las mercancías estén bloqueadas, con sus series repetidamente evocadas de violación, linchamiento y masacres varias, o podría surgir otro modo de vida, uno más simple y atento? Así como no nos harán aceptar el Estado ondeando la necesidad de organización social, o aceptar el trabajo con la necesidad de actividad, en el mismo sentido, la necesidad de energía no debe hacernos aceptar plantas nucleares o granjas eólicas, pozos de petróleo o gasoductos.
No se trata de dar energía limpia o económica a esta sociedad de muerte – el único problema que excita a las abogadas ciudadanistas del decrecimiento –, se trata de detenerla. Cortar la energía, luchar contra las fuentes de energía viejas y nuevas no significa que una quiera empujar a la humanidad a un oscurantismo sombrío: por el contrario, es una apuesta por un futuro finalmente liberado del chantaje de la supervivencia y de las órdenes de las políticas y de la economía, que se descubre bajo el signo de la autonomía para todas y cada una.