Últimamente la palabra anticivilización parece particularmente difundida para indicar el odio hacia lo existente, el deseo de destrucción de lo que ha entrado precipitadamente en nuestras vidas bajo forma de control feroz y represivo… parecería casi un sinónimo de anarquía. Sobretodo parecería significar un conjunto de actitudes y de deseos que quieren restablecer (y quizás salvar) lo que se entiende como “naturaleza” o “natural” y, en consecuencia, quieren poner fin a este mundo hi-tech, nano-tech, artificial o como lo queramos llamar… seguramente en desacuerdo con una vida que amemos definir de libertad.
Con esta breve introducción parece que no quede lógicamente claro; aún sería útil, sin que esto represente una invitación a la única reflexión teórica, pararse a comprender qué entendemos realmente por anticivilización, o más bien en que se concretizaría prácticamente este legítimo deseo de resistencia y ataque frente a la cultura de muerte y alienación que nos rodea.
¿Primero de todo luchar y actuar por una realidad anticivilizada o decivilizada significa volver “atrás”, es decir renunciar, aprender a dejar de utilizar una serie de instrumentos surgidos del llamado progreso al que, entonces, nos opondríamos? ¿O significa ir “adelante”, hacia algo que no nos impida utilizar estos instrumentos pero nos empuje, al mismo tiempo a destruirlos (o a destruir su significado); destruir materialmente la realidad que nos está invadiendo (industrialización, dinero, contaminación y devastación del territorio, etc…)? ¡Quizás ambas cosas! O quizás mejor no tomarse demasiado seriamente esta especie de opción dicotomica.
La primera pregunta podría resumir el concepto de primitivismo de memoria zerzaniana: indudablemente interesante como conjunto de puntos de reflexión pero probablemente con algún límite metodológico y afirmaciones simplistas. El segundo interrogante se abre particularmente por lo que podría ser vivido como una contradicción: actuar para que no haya más explotación del ser humano sobre sus prójimos, sobre otros animales y sobre la entera “naturaleza”, para que se destruyan todos los instrumentos de coacción, control y poder, para que de una vez por todas se acabe con los medios que devastan los lugares que habitamos pero aún utilizando aquéllos mismos instrumentos y medios que el poder nos pone a disposición, de hecho nos vende como útiles o esenciales. Esto podría para algunxs sonar como las contradicciones más graves, para otrxs como las más soportables en relación a los compromisos que cada unx de nosotrxs está dispuestx a aceptar con sí mismx y con el sistema vigente. Pero si lo pensamos bien hay muchísimos otros aspectos de nuestra vida cotidiana que nos inducen a preguntarnos en que consiste esta anhelada anticivilización… parece que hagamos lo que hagamos corremos el riesgo de caer inevitablemente en prácticas incoherentes con nuestras ideas, nuestro ideal (pero quizás cada unx tiene el propio) de anticivilización es un imaginario romántico del concepto de “naturaleza” contribuye a esta sensación o certeza. ¿Cuando, en efecto, nuestra propia vida civilizada nos lleva a soñar su contrario? ¡Muy a menudo!
Los interrogantes pueden ser verdaderamente infinitos y es inútil enumerarlos aquí desmesuradamente… de todos modos es necesario entender cuando y de que modo quién desea una vida de-civilizada esta dispuestx a admitir que todo lo que utilizamos, que nos ponemos, que comemos, que hacemos es fruto de un proceso de civilización, no necesariamente inevitable (históricamente hablando) pero objetivamente presente desde siglos. Pero a este punto la pregunta legítima es: ¿que es la civilización? ¿Es todo lo que queremos combatir como anarquistas y antiautoritarios? ¡Que difícil es vivir-la sin al mismo tiempo quererla vivir!
Se podría profundizar sobre lo que se entiende culturalmente por “naturaleza” pero pienso que, tampoco representaría un tema tan nuevo; en cambio podría volverse interesante desembarazarnos de la idea idílica que tenemos de ella. Parecería que existiese un concepto relativo de “naturaleza”: bosques, océanos, montañas contaminadas, animales libres que viven según las propias inclinaciones, instintos, deseos y individualidad… y nos gusta mucho incluir-nos idealmente en este grupo de seres que viven según la”naturaleza”, precisamente. Sin embargo hay algo que nos induce a relegar en el mundo “natural” lo que excluye al ser humano porqué sabemos que incluyéndolo deberemos renunciar a parte de la idea que nos hemos hecho de vida salvaje.
Sabemos muy bien que la mayoría que odia esta civilización está totalmente inmersa en la urbanización, en la dependencia de la industrialización, en la domesticación de sí mismx y de los animales llamados de compañía o de granja con los que vive aunque en una óptica antiespecista.
Probablemente una vida realmente no civilizada nos debería alejar de la ciudad, nos debería hacer parar de disfrutar de toda la tecnología (¿es posible?) conscientes de una serie de límites que como seres domesticados, es decir civilizados, llevamos adelante en un continuo enfrentamiento con nuestras prácticas contradictorias. Por ejemplo: ¿como conseguimos desear la destrucción de los bancos y contemporáneamente aceptar el trabajo asalariado y utilizar el dinero?¿ Como desear poner fin a cualquier forma de contaminación y al mismo tiempo contaminar utilizando medios de transporte que no sean nuestras piernas o los animales de carga (en una óptica antiespecista resultaría una verdadera herejía) o produciendo residuos que no son reabsorbidos por el terreno? ¿Como revelarnos a cada forma de control y después ceder aún que solo sea de manera excepcional, por utilidad o practica, al uso del teléfono móvil? Para no hablar del mundo altamente virtual, sobre todo a nivel de comunicación y contra-información, que rodea la vida de muchxs anarquistas “anticivilizatórios”; ¿como no darse cuenta que el boca a boca, además de las cartas escritas a mano, están peligrosamente en extinción, por ejemplo? Admitámoslo: nos consideramos (contra)informadxs sólo si accedemos a Internet… ¡para desahogarnos con (sinceramente) las palabras de un comunicado de reivindicación de alguna acción directa llevada a cabo en nombre de la anticivilizazión!
Pero las preguntas también podrían referirse a temas mucho menos “modernos” tipo: ¿renunciaremos al agua caliente? ¿Y a la energía eléctrica aún que solo sea por el funcionamiento de una lampara? ¿Nos curaremos en caso de enfermedad y si es así como?
Pienso que con cierta frecuencia en nuestra mente se crea una especie de jerarquía de prácticas que nuestra imaginación vive como más o menos civilizadas en base al orden cronológico en el que aparecen al universo humano. En consecuencia es lógico que, por ejemplo, calentarse con una estufa o una estufa de leña resulte menos civilizado que hacerlo con un sistema de calefacción a metano; curarse con hierbas es una práctica menos civilizada respecto al uso de medicamentos alopáticos; desplazarse a pie significa ser menos civilizado que quién va en bicicleta y así sucesivamente… ¡podría continuar! La verdad es que todo lo que nos proponen ya es fruto de un proceso de civilización , entonces podremos valorar la posibilidad de no preocuparnos demasiado de preguntarnos cuanto debemos retroceder en el tiempo para definir una práctica más o menos civilizada (si no es que damos la razón a Zerzan cuando afirma que solo en el paleolítico – hasta hace 10 mil años- en una cultura de cazadores/recolectores, no existía la civilización). ¿De hecho, como razonar de la misma manera frente a las numerosas formas y mentalidades autoritarias y jerárquicas que durante siglos, con la excusa de la tradición, no han hecho más que reproducir y re-proponer maneras estereotipadas de pensar, esculpir, clasificar, someter, explotar, torturar y matar en nombre de la especie, de la “raza”, del genero, etc.? Sin embargo no se trata de ideologías “avanzadas”, al contrario… obviamente hacemos de todo para subvertir-las y hacerlas crecer sin términos medios.
Y venimos a nuestra querida y amada “naturaleza” (definir-la madre no es el caso si no queremos volver a proponer medidas y a menudo jerarquías familiares inconscientes): amarla, preservarla en su esencia salvaje y despiadada (evidentemente no tiene nada que ver con la sacralidad de la vida, invención humana, del todo humana) ¿significa saber realmente convivir con ella? No o por lo menos no siempre. Probablemente nuestra idea romántica y idílica de “naturaleza” depende de lo poco que la conocemos y el volver a ella, como en una óptica de anticivilización es bonito imaginar y actuar para conseguirlo, es extremadamente difícil y antes de hacerlo (si lo consiguiéramos) debemos destruir, con cada medio necesario, lo que nos oprime. Pero destruir lo que nos oprime es lo más esplendido que puede desear unx anarquista independientemente de un retorno a la “naturaleza”: ¿Entonces, es tan importante hablar de anticivilización cuando estamos llenxs de contradicciones si estas contradicciones no impiden la puesta en práctica del proceso de liberación total al que no podemos hacer más que dedicarnos?
Además, tengo la impresión que anticivilización también es una palabra que, tiene un significado complejo, controvertido y maravilloso, y se utiliza muy a menudo (se puede leer en la mayoría de los comunicados, de las reivindicaciones, de los escritos contrainformativos internacionales que aparecen en la red, por ejemplo). Probablemente es exagerado y seguramente prematuro definir-la una moda pero es bueno, yo creo, evitar que puedan aparecer posibles desviaciones que muy a menudo llegan rápidamente cuando se abusa de un concepto (Cuanto es usada en absurdos programas eco-fascistas, sobretodo norteeuropeos, como sabemos).
Antes de afrontar el tema de la anticivilización, podremos enfrentarnos definitivamente con el de domesticación; estando inevitablemente conectados, y poner fin a la domesticación de los pet (pequeños animales no salvajes que conviven con el ser humano), sería, creo yo, un buen inicio hacia una descivilización en este caso entendida como una superación de la lógica antiespecista domestica (convivencia entre animales pertenecientes a diferentes especies pero no en competición entre ellas, también es cierto que los pet con los que muchos conviven dependen de nosotrxs por la localización de comida), y una aceptación de lógica antiespecista domesticada (convivencia entre animales que pertenecen a diferentes especies, salvajes y probablemente en competición entre ellas por la búsqueda de comida y refugio). Esto, no significaría volver a confirmar la tendencia a relegar el animal humano en el mundo de la cultura y el animal no humano en el de la “naturaleza”, simplemente porqué cada especie vive según la “naturaleza” y según la cultura (en base a las propias características evolutivas y gozando de un conjunto de comportamientos aprendidos, deseos y dinámicas de convivencia del todo peculiares).
Pero otro aspecto es, estoy convencida, fundamental si queremos dar un sentido a la de-civilización: ¡la demografía! Es objetivamente delicado, o arriesgado, reasumir aspectos de la filosofía malthusiana (siempre a causa del riesgo de ser incomprendidxs y confundidxs por eco-fascistas radicales) pero es urgente entender que sobre el planeta Tierra somos demasiadxs. Cualquier estilo de vida, incluso el más cercano a la “naturaleza” (para volver a proponer esta posibilidad a la que muchxs sienten pertenecer), multiplicado por 7 millones resultaría igualmente nefasto a nivel de aniquilación ambiental (por ejemplo si todxs nos calentásemos con leña quizás la de-forestación aumentaría aún más). Me doy cuenta que yo misma me perdería en un laberinto proponiendo la extinción del genero humano pero admito que reducir drásticamente la explosión demográfica me parecería lo mínimo. ¿Que métodos utilizar? ¡Existen muchos y aquí no quiero alargarme excesivamente! Consciente, de hecho, que este argumento merece otras profundizaciones más especifícas, me propongo volverlo ha afrontarlo lo antes posible en un escrito monotemático.
Los temas aquí propuestos son diferentes y no todos son simples de afrontar.
Una cosa es cierta: se trate de lo que se trate, esta anticivilización parecería un excelente estímulo para seguir actuando contra esta civilización liberticida… ¡entonces obviamente bienvenido sea!
Elisa di Bernardo