Premisa: en este artículo entiendo el término “naturaleza”en su sentido más material, como la suma de los ecosistemas del planeta tierra, en la que interactúan diferentes formas de vida y materia inerte en un intercambio constante de energía. Aunque lo considero importante, aquí no me detendré a observar los diferentes usos instrumentales y políticos que se han hecho, por parte de diferentes corrientes de pensamiento, de los términos “naturaleza” y “natural”, me reservo escribir alguna cosa sobre estas reflexiones en un futuro. En este artículo utilizaré el término sólo para describir un ambiente físico, y no para describir conceptos abstractos que pueden ser malentendidos.
Nuestra actual alienación de la naturaleza salvaje es el motivo principal por el que tendemos a infravalorar la magnitud de los daños que la actual civilización industrial le está causando. El hecho de que el ser humano haya demostrado ser una especie capaz de adaptarse (no sin graves daños colaterales) a vivir incluso en un ambiente tóxico y con un alto nivel de artificialidad es lo que nos ha llevado a considerarnos “ajenos” al ambiente natural. El simple hecho de haber creado los términos “naturaleza”, que identifica todo lo que aún no ha sido domesticado por el ser humano, y “ecología”, el estudio científico de los ecosistemas y de las interacciones entre sus diferentes elementos, son síntomas de nuestra alienación del ambiente que nos permite vivir.
La ideología de la acumulación capitalista nos hace difícil salir de la óptica antropocentrista que ve a los reinos animales, vegetales y minerales sólo como recursos para el consumo humano, como si las vidas de los animales, de las plantas y de los ecosistemas no tuviesen ningún valor por sí mismas. Y así olvidamos el precio que el sistema de producción y consumo desenfrenado de los países industrialmente avanzados – que nos viene impuesto pero del que también formamos parte– está haciendo pagar a la tierra.
Por mucho que nos ilusione pensar que somos mas fuertes y libres gracias a las prótesis tecnológicas de las que nos dotamos, nuestra supervivencia –y nuestra fuerza– en cuanto a seres vivos aún depende de la relación con los otros elementos que forman parte del mundo natural. La energía, los materiales, los procesos fundamentales de mantenimiento de la vida como los ciclos del agua y del aire se basan, hoy como siempre, en los equilibrios de los ambientes. Es una interrelación entre los organismos, des de las lombrices y bacterias del subsuelo hasta la fotosíntesis de las plantas, que puede resumirse en el término de “ecosistema”, que hace posible la vida en el planeta.
Todas las consecuencias devastadoras que el capitalismo global y el desarrollo tecnológico están causando a la salud del ambiente y a la libertad de los otros animales son daños que también nos hacemos a nosotrxs mismxs. Respecto a las aparentes ventajas inmediatas de las aplicaciones tecnológicas, estas consecuencias son mas difíciles de reconocer inmediatamente porque al ser de gran envergadura y estar diluidas en el tiempo no las podemos entender en su conjunto con nuestros limitados medios.
Lo que a menudo se olvida es que el mismo sistema capitalista y tecnológico depende completamente del las investigaciones naturales: pensemos sólo en el petróleo, antigua materia orgánica que durante millones de años se ha transformado en linfa vital de la economía mundial, hoy casi agotada. O en el coltán, wolframio, tantalio y otros minerales necesarios para las piezas electrónicas de cada ordenador y aparato tecnológico, no renovables, presentes quizás sólo en zonas de guerra donde son extraídos y exportados con la explotación de las poblaciones pobres locales y con graves consecuencias ecológicas. Basta con pensar en la región de Kivu en la República popular del Congo, que en veinte años ha contado 8 millones de víctimas causadas justamente por el tráfico de coltán.
Por lo tanto, dependemos profundamente de la naturaleza, pero cada vez estamos más distantes de ella. Especialmente en las ciudades, pero ahora ya también en el campo, vivimos en ambientes totalmente modificados por el hombre que ya no nos permiten la autosuficiencia, por lo tanto dependemos del sistema para la satisfacción de todas nuestras necesidades primarias y no primarias. Es el sistema tecnológico movido por sus prótesis humanas el que consigue los suministros de comida necesaria para nuestra supervivencia, a través de la explotación intensiva de la tierra y de los animales con el uso de métodos mecánicos, fertilizantes derivados del petróleo y antibióticos, hasta llegar a la distribución de los productos envasados en las estanterías de los supermercados. Es el mismo sistema el que satisface nuestra necesidad de un refugio, con la construcción de viviendas por parte de técnicos especializados, con materiales extraídos de canteras situadas a grandes distancias y después elaborados en fábricas y transportados por carreteras o líneas ferroviarias, viviendas que podemos poseer sólo después de largos trámites burocráticos, procedimientos por ordenador y quilos de papel. Para orientarnos ya no dependemos de nuestros sentidos, de la posición de los astros o de las referencias del paisaje, sino de mapas o navegadores electrónicos conectados a satélites espaciales, diseñados por operadores informáticos y construidos en las fábricas. Ya no sabemos encender un fuego sin la ayuda de la tecnología. Cada vez tenemos más dificultades incluso para divertirnos y distraernos si no es utilizando algún servicio subministrado por el sistema, normalmente mediante la tecnología, o a través del uso masivo de drogas y alcohol.
Las habilidades y conocimientos básicos necesarios para la supervivencia en cualquier lugar fueron el equipaje cultural de cada ser humano. Hoy son patrimonio de pocas poblaciones indígenas que han sobrevivido en los lugares donde la civilización occidental aún no ha llegado a exterminarlo todo, y de esas pocas personas que eligen alejarse de la vida en la ciudad y trasladarse a ambientes menos modificados para, poco a poco, recuperar parte de estos conocimientos. En el resto del mundo han sido eliminadas por el desarrollo de un sistema industrial complejo que se está extendiendo hasta en los ángulos más remotos del planeta siguiendo la lógica de una verdadera colonización. Este desarrollo tecnológico tiene grandes desventajas, tanto por lo que respecta a la calidad de vida de quien lo sufre o se beneficia, como por lo que respecta a los efectos sobre la biosfera, aspecto sobre el que me concentro en este artículo.
Hoy el mundo natural está sufriendo una crisis sin antecedentes a causa de las actividades industriales de explotación llevadas a cabo por las élites económicas a nivel global. Por primera vez en la historia la tecnología moderna, que se ha vuelto un sistema, ha alcanzado una magnitud única por sus consecuencias a largo plazo y a menudo incluso por su irreversibilidad. Su desarrollo también ha provocado la entrega de un poder inmenso a los técnicos, investigadores, industrias y gobiernos que usan para sus intereses políticos y económicos, haciendo que la mayoría de las otras personas sean aún más controlables, explotables y excluidas incluso de la comprensión de los cambios actuales.
El poder del ser humano de irrumpir violentamente en los equilibrios de las esferas de la naturaleza es conocido des de la Antigüedad. El famoso coro de Antígona de Sófocles alerta justo del poder y del accionar del ser humano “respecto al orden cósmico”. Des del principio de la civilización, el sometimiento de la naturaleza ha ido de la mano de la edificación de ciudades y de sociedades cada vez más complejas y cerradas, alejadas del mundo natural (basta con pensar en la edificación de muros que rodeaban las ciudades, verdadera separación total entre “fuera” y “dentro”).
Pero en comparación con el conjunto de los elementos, el conocimiento y el poder del ser humano no dejaban de ser limitados. Con la práctica de la agricultura y el pastoreo, ya se causaban graves daños al ambiente (deforestaciones, modificaciones de los hábitats, graves incendios, destrucción de los depredadores que “amenazaban” el ganado, etc.) pero estos daños se concentraban en zonas limitadas del planeta y sólo tenían consecuencias devastadoras a pequeña escala. Por otro lado, con el aumento progresivo de la población mundial y sobre todo con la llegada de la tecnología moderna (industria, química, etc.), la exasperación de los efectos negativos de las diferentes prácticas (agricultura y crianza intensiva, industrias, exterminio de los depredadores y alteración masiva de los hábitats a causa del pastoreo, etc.), poco a poco ha asumido un carácter global sin perdonar ningún ángulo de tierra e incluso parte del espacio.
En fin, aunque en el pasado las actividades humanas también causaban consecuencias graves, el equilibrio global de la biosfera no se veía afectado, el daño era limitado. La tierra seguía siendo mucho más fuerte que el ser humano, y este último era el que siempre tenía que adaptarse a sus ciclos y a sus cambios espontáneos. También se creía que el mar era inagotable. Los seres humanos ni siquiera conseguían concebir algo distinto, incluso en virtud a creencias espirituales que les hacían pensar que la naturaleza, como orden cósmico dirigido por fuerzas superiores, era inmutable en su esencia, mientras que eran solo las sociedades humanas las que variaban en el curso de las distintas épocas.
Lo que hoy podemos constatar es simplemente que las tecnologías desarrolladas anteriormente aún no eran lo bastante fuertes como para causar daños graves y permanentes a la salud del planeta en su conjunto. La situación ha cambiado mucho. Los efectos que las actividades humanas están causando hoy tienen características inéditas respecto al pasado: su extensión global, su irreversibilidad, su carácter acumulativo. Hoy las intervenciones humanas sobre el territorio son devastadoras y no perdonan ningún elemento de la naturaleza: el agua, el aire, la flora, la fauna, la materia inerte, etc. Extinciones masivas, pérdida de la biodiversidad, contaminación por la química y la radiactividad , desaparición de ecosistemas enteros, cambios climáticos irreversibles son algunos de los efectos más graves del desconsiderado saqueo de la naturaleza llevado a cabo por la civilización industrial.
Hoy hace falta tomar acto de la vulnerabilidad de la naturaleza frente a la intervención técnica del ser humano, una vulnerabilidad que ya se ha manifestado con daños irrevocables. Esto debe hacernos reflexionar sobre la naturaleza de nuestro modo de actuar, sobre sus consecuencias, sobre el sentido de la dirección que hemos emprendido. Hoy, en consecuencia del enorme poder que se ha vuelto posible por el desarrollo de la ciencia y la tecnología, tenemos la gran responsabilidad de la salud de la entera biosfera del planeta y de la supervivencia o de la extinción masiva de otras especies vegetales y animales, incluida la nuestra.
La tecnología que da moderado apoyo a las necesidades contingentes, hoy se ha transformado en el trámite para la misión preelegida de una parte de la humanidad, es decir el “mejoramiento” infinito de la especie humana y su infinita expansión a costa de todo el resto. Un proyecto evidentemente loco y utópico que ni siquiera tiene en consideración la existencia de límites físicos objetivos en el ecosistema, que lo vuelven insostenible y catastrófico.
Lo que empuja siempre a nuevos desarrollos técnicos, a corto plazo, es principalmente la economía, pero es innegable que cualquiera que contribuya en este proyecto colectivo tiene una verdadera fe en la ciencia y en la tecnología como medios de liberación y salvación de la especie humana. Los transhumanistas, con su imaginación de un futuro en el que todos los seres humanos estarán conectados con las máquinas, y en el que la tecnología los habrá llevado a una perfecta armonía con ellos mismos y con el planeta, son el ejemplo más evidente de una creencia religiosa en un paraíso ultraterreno enmascarado de fe en la racionalidad científica.
El desarrollo tecnológico ilimitado, que continuamente quiere superarse a sí mismo y tiende a metas cada vez más elevadas, nos lo venden la comunidad científica y muchísimas otras voces prestigiosas de la sociedad como el cumplimiento de un destino que ahora ya es inevitable. Este desarrollo llega a través del dominio sobre el mundo natural, cada vez más explotado y reemplazado por un ambiente artificial en constante expansión. Mientras tanto el poder y los éxitos obtenidos refuerzan la majestuosa empresa, distrayendo con una mirada lúcida de la realidad, que tenga en consideración no sólo las aparentes ventajas inmediatas de la técnica moderna, sino también todas sus consecuencias nefastas y su total insostenibilidad a largo plazo. Si el estado actual de las cosas modelado por el sistema tecnológico-industrial se considera un resultado positivo, es sólo porque hemos olvidado que nosotrxs lxs seres humanos estamos conectados con los otrxs seres vivos y somos parte de la naturaleza y por lo tanto no conseguimos “ver” lo que estamos perdiendo: el optimismo tecnológico es un resultado de la alienación.
Es a partir de la revolución industrial del siglo diecinueve que la escala de impacto del ser humano sobre la naturaleza que lo rodea se ha vuelto cada vez mayor. Las sociedades humanas cada vez más grandes y monstruosamente desiguales se han desarrollado progresivamente bajo el imperativo del crecimiento ilimitado, haciendo pagar el coste a miles de millones de seres humanos y animales explotados y al ambiente natural. La globalización de los mercados económicos y la producción masifica de mercancías inútiles o superfluas solo crean riqueza para algunas súper potencias, mientras en el mundo aumentan las desigualdades económicas, la miseria y el empobrecimiento dramático de la biodiversidad.
El desarrollo tecnológico ha menudo también está solicitado por la exigencia de sustentar cada vez más los recursos de una población mundial en constante crecimiento. Para aumentar la producción no se duda en intervenir drásticamente en la estructura natural del ambiente, talando bosques enteros, instalando enormes complejos industriales, descargando en las aguas substancias altamente contaminantes, cementando y asfaltando grandes superficies del territorio, acabando con los pantanos, obstruyendo los ríos y construyendo inmensos criaderos de ganado que encierran a millares de individuos y producen enormes cantidades de desechos orgánicos. Es intuitivo, si no obvio, que una violación tan amplia del territorio y de los ecosistemas conectados implique la extinción de muchas especies de peces, pájaros y de mamíferos, evento que lamentablemente se ha verificado en el periodo de tiempo que nos separa del inicio de la revolución industrial.
¿Pero qué entendemos por equilibrio ambiental e interconexión entre los organismos vivos de un ecosistema?
Cada especie está especialmente organizada e inserida en ecosistemas en los que los componentes esenciales van desde las microscópicas dimensiones de las bacterias a las enormes dimensiones de los grandes mamíferos o de las plantas milenarias. Cada hábitat está caracterizado por sus aspectos físicos y químicos particulares, y por la estructura de su vegetación. Ningún organismo vive en aislamiento, sino que está relacionado tanto con el ambiente fisico-químico que lo rodea como con otros seres vivos.
La forma de estas interacciones es muy diversa. Para vivir, crecer o reproducirse cada organismo necesita elementos o componentes químicos, llamados nutrientes. Por esto en cada ecosistema tienen que existir organismos (productores primarios) que sean capaces de capturar la energía que proviene del ambiente externo y de usarla para sintetizar las complejas moléculas orgánicas que constituyen la biomasa, por ejemplo fijando la energía luminosa y utilizando nutrientes provenientes del ambiente no viviente (aire, agua, tierra). Los más importantes de estos son las plantas verdes que a través de la fotosíntesis clorofílica son capaces de sacar provecho de la radiación solar para producir biomasa.
Luego es necesaria la presencia de organismos de descomposición, sobre todo bacterias o hongos, que sean capaces de degradar las moléculas orgánicas complejas que contienen los organismos muertos y de liberar substancias nutritivas inorgánicas.
En todos los ecosistemas existe un tercer componente cuya actividad consiste en la transformación de substancias orgánicas (extraídas de otros seres muertos o vivos) en otras substancias orgánicas. Los organismos de este tipo se llaman consumidores pero también productores secundarios, porque producen biomasa viva a partir de otra biomasa, viva o muerta. Los consumidores son probablemente el componente más diversificado funcionalmente, ya que comprenden carnívoros y herbívoros, grandes y pequeños depredadores, devoradores de carroña, detritos, parásitos y, cuando hay (pero ahora hay casi siempre), también el ser humano.
Durante las diferentes generaciones las poblaciones animales se modifican des de un punto de vista morfológico, fisiológico y comportamental a través de modificaciones genéticas espontáneas con las que se adaptan mejor al ambiente. Pero no lo hacen de forma separada las unas de las otras; a través de la coevolución y la simbiosis, las especies de un cierto hábitat se modelan e influencian paralelamente.
Normalmente los cambios genéticos en las especies son un proceso extremadamente largo, pero des de que algunos productos químicos han sido difundidos en el ambiente las cosas están cambiando. Ahora ya se sabe que muchas bacterias pueden volverse resistentes a los antibióticos y muchos insectos a los pesticidas en tiempos relativamente breves. El desarrollo de esta resistencia se debe al proceso de mutación casual del código genético de una generación a la otra y a la selección de variantes genéticas que son insensibles a los antibióticos y pesticidas.
La increíble variedad de organismos, plantas, animales y ecosistemas unidos entre sí constituyen la biodiversidad de la tierra. El término “biodiversidad” indica la diversidad de los seres vivos en sus múltiples aspectos: la diversidad ecosistémica, es decir, la variedad del hábitat natural de las comunidades que interactúan entre ellas y con el ambiente no viviente; la diversidad específica, es decir, la variedad de las especies que se encuentran en un determinado hábitat; y la diversidad genética, osea la variedad del patrimonio genético entre un individuo y otro en el ámbito de una única especie o de una única población.
La biodiversidad es el resultado de 3 mil millones y medio de años de evolución y es lo que garantiza el equilibrio ecológico de ese gran sistema viviente llamado tierra. Es fundamental para nuestra propia supervivencia, porque de ella obtenemos los recursos necesarios para vivir. De hecho el conjunto de las especies animales y vegetales presentes en un ecosistema garantizan los procesos ambientales indispensables para la vida y la salud: la producción de oxígeno a través de la fotosíntesis, la regulación natural del clima, la depuración del agua y del aire, la expulsión del polen de las plantas, la formación del suelo, el orden hidrogeológico, el ciclo de los nutrientes, las barreras para la difusión de enfermedades, etc. Además proporcionan la materia prima necesaria para nuestras necesidades básicas como la leña, el agua dulce, la comida, los minerales, las plantas para curarse, etc.
En el último siglo el ser humano ha modificado tan velozmente los ambientes que la consecuente reducción de biodiversidad ha sido señalada por los propios científicos como uno de los problemas ecológicos irreversibles más graves: de hecho un ambiente pobre de variedad genética está en riesgo de colapsarse como sucede por ejemplo en esas poblaciones donde aún sobrevive un limitado número de individuos.
En los últimos 600 millones de años la evolución, que ha producido la extraordinaria diferenciación de las especies animales y las vegetales, ha sufrido cinco fuertes extinciones masivas a causa de cambios climáticos provocados por la deriva de los continentes o por catástrofes naturales. Por cinco veces la naturaleza ha conseguido poner remedio a la reducción de biodiversidad, pero sólo después de millones de años. La quinta es la última extinción, que sucedió hace 65 millones de años, fue la que abrió el camino a los mamíferos. Hoy está en curso una nueva gran fase de extinciones, identificada como la Sexta Extinción, con la diferencia de que esta vez la causa principal es la acción del ser humano.
Aunque es difícil valorar la velocidad con la que esto ocurre, la comunidad científica está de acuerdo en afirmar que la cifra de extinción actual es 100-1000 veces superior a la natural. Y este ritmo se ha intensificado en los últimos decenios. Se ha advertido que entre 1970 y 2005 la biodiversidad planetaria se ha reducido hasta un 30%, una cifra increíble. Hoy la diversidad se encuentra seriamente amenazada, muchas especies de animales y de plantas se han reducido a poquísimos ejemplares y, por lo tanto, están en peligro o incluso en vía de extinción. Están creciendo los exterminios masivos de pájaros, peces e invertebrados marinos. El número de los peces, de mamíferos marinos, de pájaros y de reptiles en los océanos del mundo desde 1970 hasta hoy se ha reducido a la mitad a causa de la pesca intensiva y otras amenazas. Australia ha perdido 1/10 de sus especies de mamíferos en los últimos 200 años. No va mejor por lo que respecta a las plantas: los expertos calculan que por ahora en el planeta hay alrededor de 3 billones de árboles (3.040.000.000.000), un número inferior al 46% respecto al inicio del Neolítico y el más bajo jamás registrado des del inicio de la civilización. Se estima una pérdida de 10 mil millones de árboles cada año.
Las actividades humanas han alterado profundamente el ambiente transformando el territorio, modificando los ciclos biogeoquímicos, globales, explotando directamente muchas especies a través de la caza y la pesca industrial y aumentando la posibilidad de desplazamiento de los organismos vivos de una zona del planeta a otra.
Para satisfacer la creciente demanda de comida, agua, fibras y energía de una población mundial en constante aumento, muchas de las riquezas naturales son sobreexplotadas, es decir, utilizadas por encima de lo necesario para su renovación. Este fenómeno afecta particularmente a las poblaciones de peces: a partir del siglo pasado, el uso de un número cada vez mayor de embarcaciones y de tecnologías cada vez más sofisticadas han causado el colapso de algunos ecosistemas marítimos y oceánicos.
Generalmente cuando hablamos de especies extinguidas o en peligro de extinción pensamos en especies exóticas como el elefante, el panda, la ballena, el tiburón, etc. Sin embargo, en nuestro territorio también hay muchas especies que actualmente están en peligro de extinción o lo han estado. Entre estas merece la pena recordar al lobo, el lince, el oso pardo, la cabra, el ciervo sardo, la foca monje, la nutria, el águila real, el quebrantahuesos, el buitre leonado, el urogallo, la perdiz pardilla. La perdiz pardilla en particular, que en los años 40 contaba con cerca de 110 millones de ejemplares distribuidos entre Europa y Norte América, hoy es una especie extinguida. Los factores que han causado la extinción de esta especie han resultado ser la transformación de los cultivos de cereales, la mecanización de la agricultura, el masivo uso de pesticidas e insecticidas y la caza.
Hasta hace algunos decenios La foca monje era un animal bastante común en el Mediterráneo, incluso en Italia. Hoy sólo quedan 500 individuos en todo el mundo. El declive de la especie ha sido causado por la intensa caza que ha sufrido, y en segundo lugar por la acumulación de residuos en el mar y por la sobreexplotación de los recursos acuíferos de los que esta especie dependía.
Otra especie que era muy común en los bosques de toda la península italiana y ahora es bastante rara es el oso pardo. La progresiva desaparición del oso pardo ha ido de la mano del crecimiento de la población humana. De hecho, progresivas obras de deforestación y de transformación agrícola del territorio han provocado la reducción y la fragmentación del hábitat. A esto se ha añadido el exterminio directo de muchísimos individuos de esta especie con asesinatos masivos por parte de los seres humanos.
Las causas principales de extinción o de amenaza a la fauna de nuestro planeta se pueden identificar en la destrucción del hábitat, la introducción de especies exóticas, la contaminación y la caza, todas actividades causadas por la intervención humana.
Analicemos más detalladamente estos factores.
Una de las principales amenazas para la supervivencia de muchas especies es la alteración, la pérdida y la fragmentación de sus hábitats a causa de los profundos cambios del territorio que el ser humano ha provocado con la explosión demográfica, el desarrollo industrial, la extensión de la red de los transportes, el desarrollo de la red acuífera, la explotación de los yacimientos del subsuelo y la industrialización de la agricultura. Después de estas transformaciones, los ambientes naturales quedan destruidos, alterados y parcializados, causando la pérdida y la fragmentación de los hábitats. Esta fragmentación es la distribución “a mancha de leopardo” de los hábitats de una especie en un territorio, a menudo a causa de la construcción de barreras (como calles, líneas eléctricas, canales artificiales e instalaciones de esquí) que impiden el libre movimiento de los animales dentro del territorio. La consecuencia principal de la fragmentación de los hábitats naturales es la subdivisión de la población originariamente distribuida por todo el territorio en subpoblaciones con escaso contacto entre ellas, más vulnerables a los factores ambientales naturales y de origen humano y por lo tanto con mayor riesgo de extinción.
Un factor, a menudo olvidado, de declive y de extinción de muchas especies es la introducción en un territorio de especies procedentes de otras áreas geográficas y que, por lo tanto, no se han adaptado, a través del proceso de selección natural, al ambiente en el que se ven inmersas. Es importante tener presente que las especies no sólo se han desarrollado durante millones de años, sino que han evolucionado, o mejor dicho se han adaptado recíprocamente de manera coexistente dentro de determinados territorios caracterizados por condiciones físicas, químicas, climáticas y vegetales específicas. La introducción de especies de fuera siempre representa un peligro. Se ha valorado que alrededor del 20% de los casos de extinción de pájaros y mamíferos se deben a la acción directa de animales importados (sobre todo mamíferos). Esto pude ser por diferentes causas: la competición por recursos limitados, la depredación por parte de la especie introducida y la difusión de nuevas enfermedades y parásitos. Algunos casos son emblemáticos: el de la almeja oriental o filipina (Venerupis philippinarum), que en muchas zonas ha provocado la desaparición de la especie autóctona (Venerupis decussata); el de la ardilla gris (Scirus carolinesis), de importación norteamericana, que está sustituyendo la ardilla roja europea (Sciurus vulgaris). Y el del langostino rojo de Louisiana (Procambarus Clarkii), que lo están importado en Toscana para llevarlo a casi toda Italia centro-septentrional y en Cerdeña, resultado extremadamente nocivo para el equilibrio de los ambientes acuáticos.
La contaminación también asume mucha importancia. De hecho, las actividades humanas han alterado profundamente los ciclos biogeoquímicos fundamentales para el funcionamiento global del ecosistema. Además de las industrias y a las descargas civiles, las actividades agrícolas que usando insecticidas, pesticidas y herbicidas alteran profundamente los suelos, también son fuentes de contaminación. También está la biomagnificación, fenómeno que consiste en la amplificación de la concentración de substancias tóxicas dentro de las redes tróficas desde los niveles más bajos hasta los más elevados. La consecuencia de este proceso es la acumulación de grandes cantidades de sustancias químicas nocivas (en particular metales pesados) en los organismos que se encuentran en la cima de la cadena trófica (rapaces, grandes carnívoros).
Otro problema para la conservación de la biodiversidad está representado por la introducción de organismos genéticamente modificados en el ambiente. La técnica de modificación genética se aplica habitualmente en muchas especies cultivadas (como soja, maíz, patatas, tabaco, algodón) y en algunas especies forestales (álamos y eucaliptus). El 71% de las plantas OGM son cultivos resistentes a los herbicidas, el 22% plantas que producen un insecticida natural y el 7% restante variedades de algodón y grano que tienen ambas propiedades. A largo plazo podrían surgir otros efectos con sus complejidades, incluso durante los próximos decenios. Lo que es cierto por ahora es que el ambiente se está resintiendo mucho en términos de contaminación genética de especies naturales, de transmisión con hierbas infectadas por la resistencia a los herbicidas, de evolución de parásitos más resistentes, de permanencia de toxinas en el territorio, de aumento del uso de herbicidas, de desaparición de algunas especies de insectos y, por lo tanto, de reducción de la biodiversidad. Por lo tanto el riesgo esta relacionado con el hecho de que se produzcan y liberen organismos vivos “nuevos” en el ambiente que en su naturaleza nunca habrían podido existir (se piensa en las plantas modificadas con genes provenientes de vegetales de diferentes especies, o incluso de diferentes animales) y que por esto el ambiente no está preparado para acogerlas.
Otra causa de amenaza para muchas especies es la actividad excesiva de caza y pesca. Estas pueden constituir la primera causa o agravar situaciones que ya son un riesgo para la degradación de los hábitats. Las especies mas amenazadas por la caza y de la pesca son, además de las que son comestibles (típicamente las aves y los peces), las que tienen piel, cuernos, tejidos y órganos con un valor comercial (como el elefante de cuyos colmillos sacan el marfil o el rinoceronte a cuyo cuerno se le atribuyen inexistentes propiedades afrodisíacas). La caza y la pesca no comprometen siempre la diversidad de un ecosistema pero se vuelven una seria amenaza para la extinción de una especie cuando la explotan excesivamente, es decir, cuando se cazan mas animales de los que nacen.
Las élites del poder, como las que se han reunido recientemente en el COP21, son conscientes del hecho de que este saqueo de la naturaleza no puede durar mucho mas, mientras sus medios fingen sensibilidad respecto a los temas ecológicos, empiezan a prepararse, con nuevas estrategias de intervención militar, a hacer frente a los escenarios actuales y futuros de crisis ecológica y a sus inevitables consecuencias desastrosas a nivel social. Obviamente el colapso de la biodiversidad y la degradación ambiental también son vistos por el sistema como mas oportunidades para perpetuar un modelo de crecimiento y acumulación constante, a través de la creación de nuevas tecnologías que deberían hacer de tapón temporal para las brechas que se han creado, incluso sabiendo que en el futuro el tapón saltará y el problema nos explotará entre las manos de manera aún más devastadora.
En cambio, la consciencia de la gravedad por lo que está ocurriendo a nivel ecológico está muy clara para las poblaciones que aún viven no sólo más cerca del mundo natural, sino con él y dentro de él, y que se ven amenazadas por el avance de la civilización industrial. La destrucción del ambiente natural con el que interactúan va de la mano de la destrucción de sus propias poblaciones, de su modo de vida y de las fuentes de su supervivencia autónoma. Lo mismo pasa con nosotrxs que vivimos en las sociedades industrialmente avanzadas, pero la complejidad de los cambios que nos llevan a la satisfacción de nuestras necesidades básicas vuelve más difícil nuestra conciencia al respecto. Si luego intentamos extender nuestra mirada más allá de una perspectiva únicamente antropocentrista, la situación sólo puede parecernos más grave. ¿Cuando empezaremos de nuevo a sentir la urgencia de reaccionar a lo que está ocurriendo, a la pérdida irreversible de todo lo que tiene más valor?
*Extraído de la Revista Fenrir *