La cuestión del Anarquismo no abarca una única clase, en consecuencia no abarca solo a la clase obrera, pertenece a cada individuo que considera importante su libertad personal.
JOHN HENRY MACKAY
A los Patrones nunca les ha faltado la colaboración sudada y amable para entregar a los Fugitivos. Y tampoco les falta hoy. Llamad-les como queráis, hombres comunes, masas, proletariado, son siempre los primeros frente a la vista de otras armas conformistas.
PAUL HERR
1. Durante muchos años el anarquismo ha sido asociado por la prensa y por los historiadores a una especie de socialismo anti-político y anti- Estado basado en el rol del “pueblo” o de los “trabajadores”. Con esta visión se ha llamado anarquistas a individuos que en realidad son colectivistas, que no aman la centralización. No obstante las modificaciones que la realidad ha forzado sobre los más radicales populistas, la ilusión aún persiste, como todas las ilusiones.
La primera parte de este artículo está dedicada a una crítica de esta ilusión. ¿Porque las “masas” permanecen silenciosas frente al mensaje “anarquista”? ¿Podría ser que este mensaje solo guste a una minoría? ¿Y si es así, no sería mejor modificar en consecuencia nuestras miradas?
Un elemento importante del mito populista es la idea que durante las revoluciones históricas el “pueblo” es insurgente en masa y ha destruido sus amos. Ahí la idea de que el pueblo esté instintivamente de parte de la “libertad”. El razonamiento es que, ya que el trabajador es explotado, ya que está sujeto a la voluntad de sus amos, en consecuencia de su situación debe desear ser “libre” y en consecuencia ser más receptivo a las ideas anarquistas respecto a miembros de otras clases.
Aceptando esto, los que sostienen el mito proletario coleccionan a menudo fragmentos de informaciones a la “acción directa de masas”. Nos hablan de la bandera negra que oleaba sobre las fábricas en la guerra de Corea, se entusiasman con el levantamiento de Berlín del 1953, la revuelta de Hungría del 1956, también se entusiasman pensando en los primeros días del régimen de Castro en Cuba y en el uno de mayo en París en 1968 – para no mencionar la Comuna de París y la revolución mexicana, rusa y española. Lo que no cuentan son los numerosos y conocidos ejemplos de aquellos trabajadores que soportan quién manda y los exprime, aquellos que proporcionan la mayor parte del personal de las prisiones, de la policía y del servicio militar, que “son siempre los primeros frente a la vista de otras armas conformistas”, y que persiguen el individuo excepcional mientras invocan la conformidad.
Es una de las peores cargas que los anarquistas tienen que llevar en esta relación con los “trabajadores”, de esos millones de “ordinarios con-los-pies-por-tierra” que han trabajado voluntariamente para sus amos durante siglos.
Los que sostienen el mito proletario cuando quieren pueden retroceder al pasado para encontrar casos de “acción directa” y “creatividad” por parte del pueblo. Lo que no pueden hacer es demostrar que el pueblo haya substituido un sistema autoritario con otro, o que no haya traído las semillas de nuevas formas de autoridad. De echo la aplastante evidencia histórica soporta la afirmación de Eric Hoffer en “The Brue Beliver” según la cual las masas, generalmente han obtenido lo que querían de las revoluciones que han “logrado” – un patrón más fuerte- y que solo son sus precursores intelectuales quienes permanecen desilusionados (cuando no han sido perjudicados). Y como no recordar las oscuras conclusiones de Simone Weil en sus días sindicalistas?
“¿Las organizaciones de trabajadores pueden dar al proletariado la fuerza que les falta? La misma complejidad del sistema capitalista, y consecuentemente las demandas que la lucha revela, llevan al corazón más profundo del movimiento de la clase proletaria la degradante división del trabajo. La lucha espontánea siempre se ha demostrado ineficaz, mientras que la acción organizada oculta casi automáticamente un aparato administrativo, que, antes o después, se vuelve opresivo”.
2. Quiero negar que la lucha de clases exista, ¿entonces? No. Pero hay una notable confusión entre el hecho de la lucha de clases y la teoría de la lucha de clases.
El hecho es la existencia innegable de un conflicto de intereses entre trabajadores y patrones – tanto si se trata del Estado como de “privados”. La concepción y la llegada de este conflicto no son tan difundidas como los predicadores de la “lucha de clases” querrían (y querrían hacernos creer), pero existen, y a veces han mejorado las condiciones de los trabajadores. Es natural que quién gana un sueldo defienda los propios intereses, y que quién paga el salario defienda el suyo. Este es el centro innegable de la cuestión.
La teoría, por el otro lado, se basa en la convicción (no se puede verificar) que este conflicto de intereses llevará, o puede acabar llevando, a la abolición de la explotación y al establecerse de una sociedad sin clases.
Que el fundamento lógico resida en la visión marxista de una dialéctica histórica que lleva la lucha de clases a la resolución final de todos los conflictos en el comunismo, o en la fe de los Bakunistas/ K r o p o t k i n i a n o s en la espontánea creatividad revolucionaria de las masas” poco cambia respecto a la noción de base que la lucha de clase sea el camino principal hacia la utopía. Aún modificada de la competencia, o revestida por un argot “científico”, esta teoría permanece una versión transformada de la creencia mesiánica en la llegada de un “paraíso terrestre” – y tiene la misma creatividad a su favor.
Desde hace más de 150 años los idealistas del proletariado están induciendo los “trabajadores” a ser esto o lo otro, ha hacer esto o aquello, y su respuesta ha sido virtualmente nula – a menos que la llamada no haya sido a la guerra. Después de más años de los que cada unx de nosotrxs podemos recordar, la respuesta de la gran mayoría de trabajadores a las ideas anarquistas ha sido la indiferencia y la hostilidad. Ninguna revuelta del pueblo, o de sus predecesores en la mitología revolucionaria, ha puesto fin a su servilismo. Su presupuesta “creatividad” y “deseo de libertad”, como clase, no es nada más que una populista metedura de pata y es principalmente el producto de intelectuales de clase alta y media atormentados por sentimientos de culpa, que quieren reparar sus pecados sociales. Kropotkin, que es un típico ejemplo, sigue repitiendo que “el anarquismo es la “creación” de las masas”, pero sin contar nunca el nexo causal entre ambos. Todo lo que hace es recordar algunos eventos históricos seleccionados que él interpreta como tal, y estos son normalmente democráticos, y no anarquistas, en su esencia.
3. El problema de parte de esto que hoy viene llamado “anarquismo” es el hecho que sus exponentes sean dominados por una “mentalidad socializada”. Con esto entiendo una obsesión con la noción que la liberación del individuo sea por fuerza una integración con la “sociedad”. En este caso no con la sociedad existente, sino con una sociedad ideal, sin clases y sin Estado, que un futuro indefinido debería traernos.
La característica particular de este tipo de mentalidad socializada es que posee la certeza que el anarquismo sea igual a antiestatalismo. Una vez que el estado sea eliminado, según esta teoría, la humanidad se encontrará en libertad. Desafortunadamente, este no es el caso, ya que la autoridad dispone de otros recursos además del Estado. Entre ellos la “sociedad”. De hecho las costumbres y las costumbres sociales, sin ser expresadas con ninguna imposición legal, pueden ser más opresivas que las leyes del Estado contra las cuales, a veces, puede haber métodos de defensa jurídica.
Muchos de los que se hacen llamar anarquistas reconocen la opresión del Estado, pero son ciegos frente a la opresión de la sociedad. Su anarquía, por lo tanto, consiste en reemplazar la autoridad vertical del Estado contra la autoridad horizontal de la Sociedad. Como anarquista individualista, no reconozco ni la legitimidad del control del Estado sobre mi, ni la de una masa sin cabeza que se define como “anarquista”. Estoy de acuerdo con Renzo Novatore cuando escribe:
“La anarquía no es una forma social, sino una forma de individualidad. Ninguna sociedad me concederá más que una libertad limitada y un bienestar que garantiza a sus miembros. Pero esto no me satisface y quiero más. Quiero todo aquello que puedo conquistar. Cualquier sociedad querrá que me conforme con los angustiosos limites de lo permitido y de lo prohibido. Pero yo no reconozco estos límites, porqué nada esta prohibido y todo está permitido a quienes tienen la fuerza y el valor. En consecuencia la anarquía no es la construcción de una nueva y sofocante sociedad. Es una batalla decisiva, contra todas las sociedadescristiana, democrática, socialista, comunista, etc. etc. El anarquismo es la eterna lucha de una pequeña minoría de aristócratas fuera de la ley contra todas las sociedades que se suceden la una a la otra en las etapas de la historia”.
Nos guste o no, las ideas anarquistas nunca han sido nada más que la propiedad de un restringido número de individuos, que han hecho del anarquismo el propio interés y lo han llevado adelante. La contribución de virtud revolucionaria de las masas explotadas, la revuelta paternal contra ellos en periódicos de escasa circulación que nunca han leído, a menudo solo es una mascara elaborado por una moral que yace bajo el modo en que deberían comportarse, y arroja una manta multicolor sobre el modo real en el que se han comportado, se comportan y se comportarán -sin prejuicios, obviamente, con la Segunda Llegada de Jesús, Karl Marx y Mikhail Bakunin, separadamente o en conjunto…
Los que afirman que el anarquismo esta orgánicamente vinculado a la lucha de clases en realidad se encuentran en una posición entre el anarquismo y el socialismo. Por un lado querrían hacerse defensores de la soberanía del ego que es la esencia del anarquismo; por el otro permanecen prisioneros de los mitos proletarios democrático-colectivistas. Hasta que no corten este cordón umbilical que los ata al socialismo, nunca tendrán todo el control de si mismos como individuos autodeterminados. Siempre estarán atraídos por el camino sin fin que debería conducirles a las fuentes de limonada y a los arboles de cigarrillos de Big Rock Candy Mountain.
4. Mis esperanzas, sean las que sean, por mucho que encuentre repugnantes las miserias y jerarquías con las que estoy en contacto, se que quien manda no puede existir sin la colaboración de quién obedece y que es ridículo pensar que las jerarquías solo son producto del gobierno. Sin el servilismo de muchxs, los pocos privilegiados que tienen el poder perderían su autoridad. Como no dependo de la realización de una futura supuesta sociedad ideal para mi razón de ser, no necesito identificarme con ninguna clase social o grupo para dar valor a mis ideas. Pero el rechazo del mito socio-político no es sinónimo del rechazo de todas las acciones realizadas por el individuo. Si las masas son indiferentes o hostiles, si el futuro promete ser una mezcla amenazante entre “1984” y “Un mundo feliz”, no obstante esto las imperfecciones de los seres humanos dejarán, antes de la robotización final, aún espacios y fisuras en el tejido social. En estas grietas del colectivo organizado aún será posible, aquí y allá, crear miles de simpatizantes, oasis de refugio y resistencia, para aquellxs que son ajenxs a los valores y a las costumbres del Sistema y al mismo tiempo tienen fe en las soluciones colectivistas y autoritarias para sus problemas. Un modo de ir adelante, que no es producto de la “lucha de clase”. Y antes de todo es sobretodo un esfuerzo individualista: la creación de una sensibilidad egoísta.