“Los límites de conciencia. Ensayos contra la sociedad tecnológica” es el libro que recientemente (Mayo de 2014) ha publicado Ediciones El Salmón. En un formato muy atractivo, el libro consta de la recopilación de varios artículos, algunos ya publicados y otros que ven la luz por primera vez, del escritor Juanma Agulles.
Juanma Agulles, autor de los libros “Non legor, non legar. Literatura y subversión” y “Sociología, estatismo y dominación social” y miembro de la revista de pensamiento crítico “Cul de Sac”, ha accedido a concedernos una entrevista con el fin de desgranar algunos de los argumentos, que con pulso firme y convicción esgrime a lo largo de este ensayo titulado “Los límites de la conciencia”.
En primer lugar, ¿hay algo acerca del libro, de su edición, su distribución, maquetación, etc, que te gustaría comentar?
-Bueno, en cuanto a la editorial El Salmón, forma un tándem con la revista Cul de Sac, ya que es el mismo colectivo quien edita tanto los libros como la revista. Me incorporé al colectivo en 2009, y ahí seguimos. Siempre ha sido una editorial independiente, que no recibe subvenciones y que se financia de la venta de los libros y las aportaciones de quienes formamos parte. Por otro lado, hemos conseguido mantener una buena red de distribución gracias a un trabajo de tú a tú con muchas librerías, colectivos, distribuidoras alternativas, etc.
En el preludio, afirmas que en base al proceso de agotamiento energético, la quiebra social o el crecimiento urbano como nuevos grandes problemas a los que la sociedad se va adaptando, sería de esperar la aparición de nuevos autoritarismos que se añadan a los ya presentes. ¿A qué tipo de autoritarismos te refieres? ¿Crees posible un verdadero repunte del fascismo y la ultraderecha como se dio a mitad del siglo XX?
-Empezaré por la segunda parte de tu pregunta. Creo que efectivamente se está dando ese repunte, y en toda Europa tenemos ejemplos (Hungría, Grecia, Francia, Holanda, etc). Aunque no creo que estos movimientos tengan exactamente las mismas características que los movimientos fascistas que desde la década del 20 hasta el fin de la II Guerra Mundial se dieron en Europa. El tipo de autoritarismo que pueda surgir del declive de la sociedad industrial y tecnológica tendrá sus rasgos propios que quizá ahora sólo podemos intuir. Pero, a grandes rasgos, creo que podrían jugar un papel muy importante las llamadas de emergencia ante el agotamiento de los recursos energéticos y naturales, y las medidas de excepción que se tenderán a aplicar sobre la población. En la novela de José Ardillo, “El salario del gigante”, se plantea un escenario similar. Aunque, de todos modos, esa es una posibilidad que puede estar tomando forma, pero precisamente por eso debemos plantear otras que recojan lo mejor de los movimientos de emancipación históricos.
También añades que la vida administrada y esclava a la cual el ser humano está sometido es consecuencia de un proceso histórico, donde la industrialización, la técnica y el Estado juegan un papel fundamental. Sin embargo, si hubiera que elegir un momento histórico en el cual las sociedades comenzaron su declive que ha culminado en el sometimiento tecnológico e industrial actual, ¿cuál elegirías?
-Es difícil fijar un sólo momento, dado que al hablar de un proceso histórico rara vez podemos fijar un “origen” sin que eso condicione ya nuestro punto de partida para el análisis del presente. En todo caso, creo que existe cierto acuerdo en que la segunda mitad del siglo XX, tras la II Guerra Mundial, configuró las sociedades industriales basadas en el consumo de petróleo barato, lo que ha dado ciertos rasgos particulares, que la diferencian del capitalismo industrial del XIX. De cualquier modo, esto no quiere decir que antes de 1945 las cosas fueran “mejor”, es decir, que las formas de opresión eran otras, y quizá lo que cambió definitivamente fue la escala en las que éstas tenían lugar. Lo que sí creo que podemos decir es que desde la segunda mitad del siglo XX las realidades del Estado y la Técnica (es decir, la violencia organizada y la producción organizada), se convirtieron en dos fuerzas irrefrenables que cambiaron por completo las relaciones sociales, transformando a un ritmo inédito nuestra cultura material, y a día de hoy han modificado hasta las bases mismas de la vida orgánica en el planeta.
En el artículo “Los límites de la conciencia”, cuentas la historia de Claude Eatherley, el piloto del enola gay, que aceptó su responsabilidad como uno de los autores de la masacre de hiroshima, cuya correspondencia con Günther Anders quedó recogida en el libro “Más allá de los límites de la conciencia”. Tras esto añades, comparando en cuanto a repercusión los acontecimientos de Auschwitz con la bomba atómica de Hiroshima, que se torna imprescindible fomentar una conciencia fuerte capaz de imaginar las consecuencias de los actos, “para que no se lleguen a utilizar medios de destrucción que ya han sido utilizados, para que no ocurra una catástrofe que ya ha tenido lugar”. Así pues, ¿crees que la sociedad civil tiene la capacidad de tomar conciencia de los acontecimientos de los que, de manera directa o indirecta, forma parte? Y, aunque en cierto modo esta pregunta intente buscar soluciones que tu mismo has dicho que no pretendes ofrecer en el libro, ¿cómo crees que debería darse el proceso de formación de una conciencia real sobre los acontecimientos pasados, que ayude a tomar decisiones futuras respecto al uso de la tecnología por parte del ser humano?
-El título del libro alude, precisamente, a esos “límites de la conciencia” que Günter Anders comentaba. Tomar conciencia de lo que sucede a nuestro alrededor, por otro lado, no quiere decir que tengamos la capacidad para modificarlo. En cualquier caso, el papel de la imaginación es también importante, porque la integración en la “vida administrada” tiene como condición necesaria la aniquilación de las condiciones de autonomía de sujetos y comunidades que hacían posible no la libertad, sino hasta su deseo mismo. Es algo que Ted Kaczinsky apuntó hace casi veinte años en La sociedad industrial y su futuro, y desde entonces la situación no ha hecho más que empeorar. En aquel manifiesto también podíamos leer que la lucha contra la sociedad industrial no podía apelar a un futuro redentor, porque un cambio en nuestras condiciones de vida de semejante profundidad no podía darse sin grandes conmociones y escenarios para los que la prescripción de alguna solución o “receta” a seguir carece hoy por hoy de valor.
En “El lenguaje de las máquinas”, sostienes que más preocupante que el hecho de que las máquinas se asemejen a las personas, es que las personas sean cada vez más semejantes a las máquinas. La tecnología no solo se ha inmiscuido en el lenguaje de las expresiones (cambiar el chip, desconectar…) sino que ha condicionado las relaciones sociales, afectando al lenguaje, la forma y condiciones de la comunicación. En un mundo donde las personas viven y necesitan de una pantalla para relacionarse, ¿cuáles crees que han sido los motivos que llevan a las sociedades a someter sus relaciones y su interacción, tanto con otras personas, como con el medio, a la dominación tecnológica? ¿Piensas, dada la veneración que profesan las nuevas generaciones a la tecnología de la comunicación más avanzada (TIC, redes sociales, whatsapp…), que este proceso paulatino de deshumaniación de las relaciones es reversible a corto plazo o que, por otra parte, deberán pasar años, incluso generaciones, hasta que volvamos a aprender a relacionarnos de una manera sana, libre y consciente?
-La actual fe en la tecnología creo que expresa el cambio cultural que ha propiciado la culminación del mundo industrial, que se inció, no obstante, antes de que se desatase la fiebre con las nuevas tecnológias que hoy parece enfermar a gran parte de nuestros contemporáneos. Sin embargo, la fascinación por la «automatización» de ciertos procesos creo que se puede rastrear como un continuo en la historia de la humanidad, en el que, sin el concurso de grandes y complejas máquinas, también se pudieron generar estructuras de poder y formas de comportamiento automatizadas. Creo que, en las actuales condiciones, podemos decir que el proceso de modernización y de integración planetaria de la sociedad industrial sólo ha dejado en pie la fe en la tecnología, al mismo tiempo como meta ineludible y como horizonte redentor. Pero ese proceso siempre queda incompleto; ningún régimen totalitario puede alcanzar jamás la meta de una absoluta sumisión, y tampoco lo logrará la actual dominación tecnológica. Que los procesos sean más o menos reversibles, o que los plazos requeridos para recuperar formas de relación social sean más o menos largos, es algo que depende de lo que seamos capaces de hacer como sujetos y comunidades frente al desarrollo de lo que Mumford llamó la Megamáquina. Desde luego, las perspectivas son poco halagüeñas si miramos los últimos (por decir una cifra) cuarenta años, pero la perspectiva de que todo vaya a peor nos plantea el reto de ser capaces de hacer lo mejor, porque sabemos que incluso eso no será suficiente.
Como argumentas en “Deseo, placer y terapia”, la idea del progreso tenía como máxima la superación del “anangké” (reino de la escasez). Este reino de la abundancia era (y es) defendido tanto por quienes sostenían el capitalismo industrial, como por gran parte de sus críticos. La tarea modernizadora requería de la división internacional del trabajo, la centralización de la producción… Esto a su vez, relegaba el uso de los placeres sexuales a la reproducción. Como apuntaba Lewis Mumford, “el sexo no tenía valor industrial” y debía, por tanto, ser regulado tanto por la ética y la moral como por las fuerzas de control social. Sin embargo, con el desarrollo de la sociedad de masas, se quebró el orden moral surgiendo una revolución sexual, caracterizada por “sus llamadas al disfrute de los placeres, a derribar las barreras de la vida cotidiana y su insoportable aburrimiento”. Esta revolución fue, como tantas otras, absorvida en plano ideológico por el sistema, que acabó asumiendo como suyas las ideas de abundancia hedonista, convirtiendo en mercancia lo que antaño fueran proclamas revolucionarias. ¿Por qué fracasó esta revolución? ¿Cuáles fueron sus principales errores? ¿Qué hizo que estos movimientos críticos fueran absorvidos por el sistema? ¿Qué papel juegan en el plano de los movimientos revolucionarios, las corrientes hedonistas y de liberación sexual actuales?
-En tu pregunta has realizado un resumen de la secuencia histórica que planteo en el artículo. Soy consciente de que se puede interpretar como una secuencia un tanto arbitraria, y no querría llegar a dar la impresión de que propongo algo así como una vuelta a valores centrados en la castidad o algo parecido. La relación entre abundancia y escasez, entre los placeres y la disciplina se basan en equilibrios muy sutiles y formas de regulación social que se van modificando con el tiempo. Es cierto que el recurso a la «liberación sexual» ha degradado en mucho el concepto de erótica o el ars amandi que otras formas de sociedad desarrollaron durante siglos. La nuestra, hoy en día, utiliza el sexo como una mercancía más, pero no en mayor medida que otras dimensiones de la existencia humana. No hay que llegar a invertir la perspectiva y sostener que es la liberación sexual aquello que propaga el hedonismo. En cualquier caso, que cada cual folle con quien quiera me parece algo muy defendible. Pero si no queríamos que el cura se metiese en nuestra cama, tampoco lo debe hacer el publicista ni el revolucionario. Había algo que decía Emma Goldman que me gusta mucho y es que no entendía qué querían decir sus contemporáneos con lo de «amor libre», ya que no concebía otra forma de amar que no fuese libremente.
“La crisis como momento de la dominación social”. En el contexto de la crisis, se ha dado un rebrote del discurso más reformista, que apela a la movilización social con el único objetivo del fortalecimiento del Estado, a fin de que sea recuperado el “bienestar” social que antes imperaba. Algunas corrientes obreristas de corte libertario también se han sumado al izquierdismo más institucional, dejando de lado las bases de la autogestión y la autonomía. Sin embargo, en el seno de las corrientes anarquistas más revolucionarias, también se ha sopesado la idea de que la crisis económica sea un buen contexto para la extensión de las revueltas y el crecimiento cualitativo y cuantitativo de las luchas emancipadoras. Según tus argumentaciones, estas convicciones se encuentran algo alejadas de la realidad. ¿Por qué no es del todo correcto hablar de crisis del capitalismo? ¿Por qué no es posible que, dada la situación, se reproduzcan y se intensifiquen las revueltas, culminando en un estallido revolucionario?
-El problema al hablar de la «crisis del capitalismo » es pretender que es algo exterior a nosotros y que al entrar en crisis no hace también tambalearse las bases sociales en las que se asienta el desarrollo industrial. Las raíces de la degradación social son profundas y no tienen que ver con el periodo de recesión económica que vivimos aproximadamente desde 2008 en los países más o menos desarrollados. Al hablar de la crisis desde esa perspectiva se corre el riesgo de, por omisión, dar por sentado que antes la cosa funcionaba relativamente bien, cuando el problema es que dos siglos de desarrollo industrial, donde las crisis periódicas en la economía han sido más la norma que la excepción, han preparado el terreno para que estos periodos de recesión no signifiquen ninguna ruptura con el sistema industrial. Todo lo contrario, hoy se asienta más que nunca, y las corrientes que defienden el bienestar y la reindustrialización como forma de generar lo que llaman riqueza, son las que más méritos hacen en ese sentido por devolvernos al redil. Es cierto que las situaciones generadas por la recesión económica pueden producir revueltas a nivel local, pero dentro de un capitalismo integrado a escala mundial, donde los países que tras el Ajuste Estructural parecían estar al borde de una crisis definitiva hoy reencuentran la senda de crecimiento económico (muchas veces encabezados por gobiernos de izquierdas). Lamentablemente los estallidos sociales hoy en día no suponen un proceso acumulativo por el que finalmente se llegue a una Revolución. Muchas veces los movimientos de protesta defienden precisamente que la sociedad industrial funcione mejor, y no su desmantelamiento. Por eso, en muchos aspectos, la transformación social radical necesaria no es una cuestión de grados o de intensidad del conflicto, sino de la naturaleza de ese conflicto: si propone una deserción activa de las relaciones que se dan en el seno del capitalismo industrial o lo que propone, por el contrario, es una mejor gestión de aquello que en otro momento está llamado a destruir las condiciones mínimas para resistir a la opresión.
En “La ciencia al servicio del orden”, analizas la relación entre la sociología, desde su desarrollo moderno, con ciencias naturales, como la biología entre otras, y a su vez con el desarrollo industrial y con la idea de progreso. ¿Qué papel juegan la sociología y otras ciencias sociales respecto a la legitimación de la dominación tecnológica? ¿Puede, por tanto, ser la sociología un elemento de crítica real y transformadora del orden social?
-La sociología, disciplina que yo estudié, está emparentada con el ascenso de las sociedades modernas y su cultura material basada en el industrialismo. Su papel es el de legitimar las decisiones que el Estado y la Técnica toman en otros ámbitos, y como «expertos» señalar donde ajustar la presión en la maquinaria o ir engrasando con sus investigaciones y estudios el funcionamiento de los engranajes. Algunos estudios sociológicos pueden ser valiosos, muchas veces no tanto por aquello que dicen sino por lo que omiten. Además, siempre hay algunos «emboscados» dentro de las disciplinas académicas cuya labor puede servirnos, al menos, como orientación de por dónde van los tiros; sea como sea, siempre están cerca de las instancias del poder, en este caso del poder de los «expertos en ingeniería social y política», y no está mal leerlos de vez en cuando. Pero hay otras obras que merecen más atención que la de los científicos sociales, como las obras de Thoreau o de Reclus, o el último libro de José Ardillo: Ensayos sobre la libertad en un planeta frágil, que son un buen antídoto contra el ilusionismo de los reformadores sociales, sean sociólogos, polítilogos, antropólogos o cualesquiera.
“Materiales de derribo. Reflexiones desde la vida en ruinas” es uno de los artículos más extensos del libro y en el que, a mi parecer, se analizan de forma más directa y profunda causas y consecuencias de la dominación tecnológica mientras, por otro lado, se desmienten falsas ideas respecto al uso de la tecnología como herramienta liberadora. Explícanos, en primer lugar, cómo la “sociedad de la información” en la que el exceso de datos, cifras e información es algo cotidiano, “lejos de ser un aliciente para la reflexión crítica, se convierte en la mejor expresión del totalitarismo”.
-Hay un supuesto falso y es que cuanta más información más «conciencia» se tiene de una situación dada. El exceso de información que propicia la sociedad tecnológica lo que hace, a menudo, es incapacitar para la expresión del libre juicio. Sobre todo porque esa información en su mayor parte no deriva de la experiencia directa de quienes después se supone que la utilizarán como un medio de liberación, sino que es previamente elaborada y pasada por el filtro de unos medios determinados. Acabar eligiendo una versión que se adapte a nuestros prejuicios es lo opuesto al acto consciente de pensar, por eso hablo de «totalitarismo», aunque quizá el adjetivo esté muy manido y sería necesario encontrar otro para definir el tipo de dominación tecnológica específico de las sociedades contemporáneas.
A día de hoy está claramente extendida la idea errónea de que la tecnología puede ser un elemento de crítica, un factor liberador de la sociedad. Términos como “ciberactivismo” o incluso “tecnoanarquismo” dan buena cuenta de ello. ¿Dónde reside su error? ¿Por qué no puede la tecnología ser un elemento neutral, que según el uso que se le dé y en las manos en que se encuentre, sirva a los intereses del cambio social?
-El error es considerar cualquier tecnología de forma separada y no como parte de un sistema técnico global que se lleva desarrollando desde hace dos siglos. Pensar que el acceso libre a Internet tiene algo de liberador puede ser cierto en un determinado marco de referencia muy restringido: el de consumidores de contenidos digitales, del tipo que sean. Pero la industria informática no es separable, bajo ningún concepto, del mundo industrial que ha ayudado a crear. Toda tecnología se desarrolla en el ámbito más amplio de una cultura material determinada, que al mismo tiempo se relaciona con las esferas de las decisiones políticas, las regulaciones sociales, los conflictos energéticos, la guerra por los recursos (como, por cierto el Coltán, mineral necesario para la fabricación de mucha cacharrería tecnológica). En nuestras sociedades industriales, integradas a escala de todo el planeta, es menos cierto que nunca que cualquier desarrollo tecnológico pueda ser «neutral». Siempre hay una elección, algo que se gana y algo que se pierde. El proceso de modernización se ha basado hasta hoy en el dogma falso del «desarrollo de las fuerzas productivas», porque esas fuerzas, lejos de ser productivas, han sido fundamentalmente destructivas. Y lo que han destruido son los delicados equilibrios entre las sociedades humanas y su medio de vida, entre los seres humanos entre sí, y entre el ser humano y su conciencia de ser parte de algo que lo trasciende. El proyecto de la tecnologización de la existencia no es, por tanto, ni inocente ni neutral.
Dicho esto, ¿cuál debe o puede ser el marco apropiado para una crítica radical del sistema tecnológico? ¿Hacia donde debe dirigirse la crítica al tecnosistema para ser eficaz y conllevar un progresivo cambio de conciencia, que culmine con un improbable pero deseado cambio social?
-Esa es la pregunta que me estaba temiendo. Y para la que toda respuesta, en las condiciones actuales, será insatisfactoria. Pero si de delinear un marco amplio se trata, creo que habría que apostar por críticas (mediante la palabra y el acto) que vayan en la dirección de un progresivo debilitamiento del mundo industrial, y en el camino de aligerar la dependencia insostenible de los productos que nos ofrece, tanto de aquellos que una mayoría considera nocivos como de aquellos que supuestamente nos dan un pretendido bienestar. Pero esto exige enfrentarse con dos instancias globales cuya fuerza hoy en día supera en mucho a la de sus enemigos: la violencia organizada (que toma la forma del Estado moderno) y la destrucción organizada (que toma la forma de la industria en su fase tecnológica). No tengo una idea clara de los métodos que puedan ser más eficaces para afrontar esa tarea, pero en cualquier caso serán las propias comunidades y los sujetos quienes deban definirlo en el curso del conflicto entre tecnología y libertad. Si con el libro y esta entrevista he podido, al menos, contribuir en algo al planteamiento de las dimensiones de ese conflicto, me daré por satisfecho.
El punto del que debemos partir no es cómodo: no hay “negociación” posible con aquellos que pretenden aniquilar la vida en busca del beneficio, no existe un “desarrollo sostenible” ni un “mal menor”. Ante una sociedad que nos propone la disyuntiva “tecnología o muerte” sólo cabe la más radical intransigencia”.