La historia de las redes de control y de distribución del poder no es reciente, como tampoco es reciente la resistencia contra ellas, es importante conocerlas porque tienden un puente entre nosotros y nuestros abuelicos (o bisabuelicos) y esto va más allá de la modernidad o posmodernidad política… siempre han habido resistentes a la civilización. Ramon Vila, Caracremada, fue uno de ellos, conocerle nos da fuerza, nos da seguridad y nos da información de cómo hacer, o no hacer, algunas cosas.
Ramón Vila Capdevila “Caracremada” fue el último de los maquis de Cataluña, le mató la Guardia Civil el 7 de agosto de1963, en Castellnou del Bàges, cuando volvía de una acción contra las torres de alta tensión en Rajadell.
Murió en activo, cuando ya no había guerrilleros rurales en Cataluña (ni prácticamente en el resto del estado) desde 1952/53 su lucha fue prácticamente solitaria, contando sólo con algunos colaboradores, alejado ya de los compañeros que habían sobrevivido a la represión del franquismo, y de la dirección de la organización libertaria instalada “cómodamente” en el exilio.
Ramon Vila nació, en 1908, en Peguera en la comarca del Berguedà, comarca que conocía como la palma de su mano, el apodo le venía de una quemadura que tenía en la cara, producida en un incendio en el que murió su hermanita menor, la leyenda popular dice que fue resultado de un rayo y que, por lo tanto, estaba “tocado por el rayo”, cosa que desde la antigüedad se suponía que daba cualidades especiales a las personas.
Desde muy joven tuvo un carácter rebelde y participó en las luchas sociales de la época con la CNT. La revuelta del Alt Llobregat de 1932 le llevó a la cárcel de Manresa, tenía 24 años. El 18 de Julio le sorprendió en la cárcel de Valencia, condenado por la muerte de un Guardia Civil en Castellón. La revolución le devolvió a la calle y se incorporó la mítica Columna de hierro. Perdida ya la revolución, en el exilio ya, se unió a la resistencia francesa contra los nazis en las filas de la Armé Secrète y de los Franc Tireurs Partisans(FTP).
Al acabar la lucha contra los nazis Ramón se une a los grupos que lideraban Marcelli Massana y los hermanos Sabaté, participando en sus acciones en la montaña, pues nunca quiso entrar en Barcelona.
Ya desde los inicios, Caracremada vio clara la importancia de atacar las redes que permiten funcionar al sistema tecnoindustrial/ capitalista, como eran las de los ferrocarriles, las de suministro de agua a las fábricas y muy especialmente las de distribución de energía eléctrica. Durante los últimos años de su vida fueron sus principales objetivos, excepto algunas expropiaciones.
Caracremada localizaba una zona favorable a sus acciones (líneas eléctricas importantes, torres vulnerables a la acción y facilidad para la retirada) y las hacía caer mediante explosivos. Solía aserrar dos o tres de las patas y colocar explosivos en las otras, las patas aserradas parcialmente se doblaban por el peso al volar las otras… Hacia el final de su recorrido vital, se dice que, algunas torres y postes pequeños los tumbaba solo con sierra. También se dice que actuó contra repetidores de la señal de TV.
Su actividad de demoledor de torres de alta tensión se desarrolló en una zona concreta, especialmente el Bàges y el Berguedà: en San Vicenç de Castellet, Santa María d’Olò, Cercs, Lluçà, Rajadell, Fonollosa, el Pont de Vilomara…
Durante aquellos años, se puede estimar que destruyó más de 30 torres de alta tensión, 4 sabotajes a ferrocarriles y, la Guardia Civil, le atribuía 12 expropiaciones.
No fue un hombre de “letras“ y no parece que dejara nada escrito, sólo hay el recuerdo de los que le conocieron. Pero una amiga suya, Rosa Laviña guardaba un poema que, decía que era de él, escrito mientras se recuperaba de unas graves heridas :
“Quiero tener mi tumba lejos de los campos santos, donde blusas blancas no haya ni panteones dorados. Quiero que a mi me entierren lejos de esos lugares falsos donde la gente al año viene a depositar sus llantos. Quiero que a mi me entierren arriba en el monte alto, junto a aquel pino grande que sólo está en el barranco Mi tumba quiero que esté entre dos piedras de canto, compañeros míos han de ser pintadas culebras, verdes lagartos.
No quiero que a mi entierro vengan curas laicos ni romanos, y las flores han de ser un manojo de punzantes cardos. Tampoco quiero que vengan a decir discursos y salmos, con banderas y oropeles, vicio del mundo civilizado.
Para discursos los graznidos de los cuervos y los grajos, el aullido del zorro viejo cuando ciego es abandonado. Ni luces de cirios que dan unas claridades de espanto, a mí me alumbrarán las centellas y los rayos. Quiero que mi tumba sea cubierta de espinos altos, de zarzas grandes y espesas, abrojos y salvajes cardos. Que brote a sus alrededores hierba para los ganados, y que descanse a mi sombra el perro negro cansado. Quiero que mi cuerpo repose lejos del bullicio humano, junto al pino grande que hay en el barranco solitario. “
Una parte de la academia histórica pone en duda su autenticidad, pero, si no son exactamente sus palabras, si que son la interpretación de alguien que le quiso y por tanto serán más reales, más vividas, que las de los que nos basamos en la historia escrita (¿escrita por quien?).
En el rechazo a los “curas laicos” vemos su rechazo a la burocracia orgánica, en la “claridad de espanto” de los cirios el rechazo a la artificialización, en el deseo de que no venga el “mundo civilizado” su anhelo de anarquía… A pesar de parecer un canto fúnebre, un deseo de muerte, (motivado por las circunstancias) nosotros vemos más la descripción de sus deseos de vida a través de imágenes afectivas, llenas de “pintadas culebras”, “verdes lagartos”, “zorros viejos” “ganados”, “perros negros” “pinos grandes”, “espinos, zarzas y abrojos” y de los gritos de los negros cuervos y grajos de la anarquía..