Nota: El uso frecuente de las comillas en este ensayo es para reforzar la idea de que la naturaleza y lo natural son conceptos, y no seres reales.
La naturaleza no ha existido siempre. No se encuentra en las profundidades de la selva, en el corazón del puma o en las canciones de los pigmeos, se encuentra en las filosofías y en las construcciones de imágenes de los seres humanos civilizados. Han sido entretejidas tendencias aparentemente contradictorias creando la naturaleza como una construcción ideológica que sirve para domesticarnos, para reprimir y canalizar nuestras expresiones salvajes.
La civilización es monolítica y la manera civilizada de concebir todo lo que se observa también lo es. Cuando se enfrenta con la multitud de seres en general, la mente civilizada tiene que hacer clasificaciones con el fin de sentir que comprende (aunque, en realidad, su comprensión se reduce a cómo convertirlo todo en útil para la civilización). La naturaleza es una de las categorías fundamentales de la civilización, una de las más útiles para contener la naturaleza salvaje de los individuos humanos y para reforzar su propia identificación como seres sociales civilizados.
Probablemente la primera imagen de la naturaleza fue algo similar a la que se encuentra en el Antiguo Testamento bíblico: el demonio salvaje, un lugar de desolación habitado bestias feroces y venenosas, demonios malos y la locura. Esta imagen ha cumplido una función importante para las primeras civilizaciones. Ha extendido el miedo hacia lo salvaje, manteniendo a la mayoría de personas dentro de las murallas de la ciudad e inoculado, a aquellos que se marcharon a explorar fuera de la misma una postura defensiva, la idea de que se encontraban en un territorio enemigo. De este modo, esta imagen ayudó a crear la dicotomía entre “humanos” y “naturaleza” que mantiene a los individuos alejados de la vida salvaje, es decir, de sus deseos.
Sin embargo, una concepción totalmente negativa de la naturaleza estaba llegando a los límites de su utilidad, ya que llevó a la civilización a transformarse en una fortaleza cerrada y sitiada, y, para sobrevivir, ésta necesitaba expandirse, necesitaba explotar más y más su entorno. La “naturaleza” se convirtió en una cesta de recursos para la civilización, una “madre” para nutrir a la “humanidad” y su civilización. Era hermosa, digna de adoración, contemplación, estudio… y explotación. No era maligna, pero era caótica, caprichosa y poco fiable. Por suerte para la civilización, la “naturaleza humana” evolucionó, se hizo racional y necesitada de ordenar las cosas para tenerlas bajo control. Los lugares silvestres fueron necesarios para que la gente pudiera estudiar y contemplar la “naturaleza” en estado virgen, pero precisamente con el fin de que los seres humanos civilizados pudieran comprender y controlar los procesos “naturales” con el propósito de utilizarlos para expandir la civilización. Así que el “demonio salvaje” es ensombrecido por una “naturaleza” o una idea de lo “salvaje” que tiene valor positivo para la civilización.
La idea de naturaleza ha creado sistemas de valor social y moral. Debido a los aspectos aparentemente contradictorios con que se ha creado la idea de “naturaleza”, estos sistemas también pueden parecer contradictorios, pero todos ellos buscan lo mismo: la domesticación. Aquellos que nos dicen que debemos “actuar civilizadamente” y los que nos dicen que debemos “actuar de forma natural” nos dicen lo mismo: “vive de acuerdo a los valores externos, no de acuerdo con tus deseos”. La moralidad de lo natural no ha sido menos cruel que cualquier otra moral. Ha habido personas encarceladas, torturadas e incluso asesinadas por cometer “actos contra natura” -y siguen siéndolo. La “Naturaleza” es también una deidad exigente y desagradable.
Desde sus inicios, la naturaleza ha sido una imagen creada por la autoridad para reforzar su poder. No es extraño que en la sociedad moderna, donde la imagen domina la realidad y, a menudo, parece que la crea, “la naturaleza” se haya transformado en un medio para mantenernos domesticados. Programas sobre “naturaleza” en la televisión, calendarios del “Club de la Sierra”, proveedores de lo alimentos “naturales” y tejidos “naturales”, el presidente “ecologista” y la ecología “radical”, todos conspiran para generar una imagen de la “naturaleza” y una “correcta” relación con ella. La imagen evocada conserva aspectos del “demonio salvaje” de los inicios de la civilización de una forma sutil. Los programas sobre la “Naturaleza” muestran siempre escenas de depredación y sus directores usan descargas eléctricas para inducir a los animales a pelear. Las advertencias a los posibles exploradores de la “naturaleza” sobre animales y plantas peligrosas y la cantidad de productos creados por los proveedores para hacer frente a estas cosas son bastante excesivas (desde mi experiencia personal deambulando en lugares agrestes). Se difunde la imagen de que la vida fuera de la civilización como una lucha por la supervivencia. Sin embargo; la sociedad del espectáculo necesita que el “demonio salvaje” sea sutil para utilizarlo de modo eficaz. La imagen dominante de la “naturaleza” es la de un recurso y un objeto de belleza que ha de ser contemplado y estudiado. Lo “silvestre” es un sitio donde uno puede retirarse durante un tiempo, si está bien equipado, para escapar de la monotonía de la vida cotidiana, para relajarse y meditar, o para encontrar emociones y aventura. Y, por supuesto, la “naturaleza” sigue siendo la “madre” que satisface nuestras necesidades, los recursos que la civilización crea para sí misma.
En la cultura de la mercancía, la “naturaleza” rescata el deseo de aventura salvaje, de la vida no domesticada, vendiéndonos su imagen. El concepto subliminal de “demonio salvaje” aporta al paseo por el bosque una sensación de riesgo que atrae a aventureros y rebeldes. Esto refuerza la idea de que nosotros, realmente, no pertenecemos a ese lugar, y por eso, se nos ofrecen diversos productos para la incursión en tales ambientes. El concepto positivo de “naturaleza” nos sugiere que debemos experimentar estos lugares silvestres (sin tener en cuenta que el concepto que hemos asimilado influirá en lo que experimentemos tanto como el propio entorno). De esta manera, la civilización recupera, exitosamente, incluso aquellas áreas que no parecen haber sido tocadas directamente, transformándolas en “naturaleza”, en “lo salvaje”, en aspectos del espectáculo que nos mantienen domesticados.
La “naturaleza” domestica pues transforma lo “salvaje” en una entidad monolítica, un entorno enorme y separado de la civilización. Las expresiones de lo “salvaje” en medio de la civilización son etiquetadas como inmadurez, locura, delincuencia, crimen o inmoralidad, permitiendo que sean despedidas, bloqueadas, censuradas o castigadas, mientras se mantiene la idea de que lo “natural” es bueno. Cuando lo “salvaje” se convierte en un entorno separado de nosotros, más que en una expresión de nuestro propio espíritu libre, entonces puede haber expertos en lo “salvaje” que nos enseñarán los modos “correctos” de “conectarnos” al mismo. En la Costa Oeste, hay todo tipo de maestros espirituales haciendo negocio de la venta de lo “salvaje” para los yuppies, lo que de ninguna manera pone en peligro sus sueños empresariales, sus Porsches o sus posesiones. Lo “natural” es una industria muy rentable actualmente.
Los ecologistas, incluso los “radicales”, se dejan arrastrar por esto. En lugar de asilvestrarse y destruir la civilización con la energía de sus deseos desencadenados, tratan de “salvar la naturaleza”. En la práctica, esto implica peticiones o intentos de manipular a las autoridades para poner fin a las actividades más perjudiciales de ciertas industrias y convertir bosques relativamente intactos, desiertos o montañas en “áreas naturales” protegidas. Esto sólo refuerza el concepto de lo “salvaje” como una entidad monolítica, lo “natural” o “naturaleza”, y la mercantilización inherente a este concepto. La base misma del concepto de un “espacio de vida silvestre” es la separación de lo “salvaje” y “humanidad”. Por eso, no es de extrañar que una de las marcas (asociaciones) de la ideología ecológica “radical” haya creado un conflicto entre “biocentrismo” y “antropocentrismo”- como si no debiéramos ser más que egocéntricos.
Incluso los “ecologistas radicales” que dicen querer reintegrar a las personas en la “naturaleza” se están engañando a sí mismos. Su visión de lo “salvaje, como totalidad simbiótica” (como dijo uno) es sólo un concepto monolítico creado por la civilización y redactado de un modo casi místico. Lo “salvaje” continúa siendo una entidad monolítica para estos ecologistas místicos, un ser superior a nosotros, un dios a quien tenemos que someternos. Sin embargo, la sumisión es domesticación. El sometimiento es lo que mantiene a la civilización. El nombre de la ideología que impone el sometimiento importa poco, que sea la “naturaleza” o lo “salvaje, como totalidad simbiótica”. El resultado será la continuación de la domesticación.
Cuando lo salvaje es visto como si no tuviera relación con ningún concepto monolítico, incluido “naturaleza o “salvaje”, cuando es visto como potencial liberador de los individuos que puede manifestarse en cualquier momento, entonces se convierte en una amenaza para la civilización. Cualquiera de nosotros podría vivir durante años en la naturaleza, pero si continuamos viendo lo que nos rodea a través del lente de la civilización, si continuamos percibiendo monolíticamente a la miríada de seres como la “naturaleza”, lo “natural”, lo “salvaje”, entonces seguiremos siendo civilizados, no salvajes.
En cambio si, en medio de la ciudad, en cualquier instante, rechazamos activamente nuestra domesticación, rechazamos ser dominados por los roles sociales que se nos imponen y, en su lugar, vivimos siguiendo nuestras pasiones, deseos y caprichos, si nos convertimos en seres únicos e impredecibles que se ocultan bajo los roles, seremos, en tal momento, salvajes. Jugar ferozmente entre las ruinas de una civilización decadente (aunque no hay que engañarse, incluso en su decadencia es una enemiga peligrosa y capaz de recuperarse) podemos hacer todo lo posible para derrumbarla.
Y los rebeldes de espíritu libre rechazarán el modo de pensar superviviente del ecologismo como otro intento de la civilización para reprimir a la vida en libertad, y se esforzarán por vivir la caótica y siempre cambiante danza de relaciones libres, individuos únicos en oposición tanto a la civilización como a sus intentos por contener la vida salvaje de los espíritus libres: la Naturaleza.