Entre el año 1811 y 1812, en el triángulo inglés formado entre las ciudades de Lancashire, Yorkshire y Nottingham ocurrió uno de los movimientos políticos más interesantes del siglo XIX, el movimiento Luddita. Los obreros y obreras de la industria textil se organizaron de manera clandestina y decidieron acabar con las máquinas que la burguesía estaba in-troduciendo. Estas máquinas modificaban completamente el mundo laboral ya que aceleraban el ritmo de producción, modificaban el sistema tradicional de oficios y aumentaban el beneficio de los empresarios.
La visión que de los ludditas se ha dado, como ya explicó E.P. Thompshom, ha sido siempre una visión sesgada y paternalista, que los han acusado de ser un movimiento conservador, opuesto a los adelantos del progreso y por tanto, enemigos de los avances tecnológicos que acompañaron a la revolución industrial. Siempre se le ha acusado de defender un “paraíso rural perdido” y de defender el antiguo sistema de propiedad que beneficiaba a la nobleza frene a la pujante burguesía, con un sistema de pensamiento basado en las creencias populares religiosas frente al liberalismo económico y científico.
Sin embargo, como siempre, la realidad es mucho más compleja y este movimiento merece un lugar importante en las luchas de la clase obrera del siglo XIX.
Es cierto que las acciones más destacadas de este movimiento ocurrieron en el llamado triángulo luddita y que la destrucción de maquinas durante la noche fue su seña de identidad. Pero, la realidad de este movimiento tanto geográfica, como políticamente es mucho más amplia y su verdadero espíritu fue mucho más revolucionario que el de los recién nacidos sindicatos y partidos políticos de la clase obrera.
Los ludditas en Inglaterra no solo luchaban contra las máquinas que se introducían poco a poco en los talleres textil, sino que luchaban contra el sistema que las había creado y contra la nueva realidad que se les estaba intentando imponer.
La naciente burguesía, no solo introdujo máquinas para aumentar la producción y abaratar costes sino que modificó completamente el sistema legal inglés, especialmente en lo tocante a la propiedad de la tierra para maximizar el beneficio. De este modo, se aprobaron leyes que permitieron el cercamiento de las tierras y redujeron la cantidad de tierras comunales (pastos, bosques, riveras, etc), ya que consideraban que estas tierras no eran rentables para el “mercado”. Esto favoreció a las clases poderosas, (nobleza y burguesía) y empobreció a la clase trabajadora que dependía de estos terrenos comunales para su dieta.
También la introducción de máquinas en los diferentes sectores, pero especialmente en el mundo textil, modificó de una manera radical el mundo del trabajo. Hasta este momento, la división del trabajo se hacía en oficios, todavía con fuertes relaciones gremiales, lo cual le daba a los trabajadores y trabajadoras un amplio control de su producción. Por ejemplo, los salarios, la calidad del trabajo, los materiales y herramientas que se debían usar eran decididos comunalmente por los artesanos. De este modo se evitaba una lucha de precios entre ellos y ellas y los comerciantes (los primeros burgueses) no tenían más remedio que comprar y vender según lo estipulado. Gracias a ello, la clase obrera no solo se garantizaba unos ingresos dignos, sino que controlaban grandes facetas de su propia vida ya que decidían el ritmo de trabajo y por lo tanto los días de fiesta, a que edad se podía trabajar y que trabajos podían realizar cada miembro de una familia y de una comunidad. También en los tiempos difíciles se usaban estas estructuras comunales para repartir el trabajo entre sus miembros. Sin ser una utopía perfecta ya que existía un fuerte componente machista y jerárquico y un elevando sentimiento comunitario de rechazo frente a los “extraños” (normalmente inmigrantes pobres irlandeses) hay que reconocer que gozaban, como comunidad, de un amplio nivel de autogestión y autonomía.
Por ello, al nacer, primero la fábrica como enemiga del taller y después la máquina, como oposición al trabajo manual, se intentó por todos los medios acabar con esto. Poco a poco se fue imponiendo la disciplina militar en el campo laboral y social, ya no se producía para cubrir las necesidades de la sociedad sino que se producía para generar beneficios. Los ritmos desde este momento pasan a ser los del “mercado” y los deseos de la burguesía de acumular riquezas. Todo tenía que ser producido de la manera más rápida y barata aunque ello obligase a modificar por completo la estructura social de la clase obrera. Todos los miembros de la comunidad debían ser “útiles” para la producción, daba igual su edad, género o necesidades, así los niños y niñas comenzaban a trabajar en jornadas draconianas desde apenas los 4 años, sin tener en cuenta sus necesidades físicas y vitales. Es cierto que el trabajo infantil anteriormente era común pero con unas normas lógicas, no realizaban trabajos pesados, solo ayudaban en épocas de mucha producción (unos meses al año) con lo cual podían llevar una vida más acorde a su edad la mayor parte del año y solo trabajaban rodeados de sus familias, especialmente de sus madres, por lo que no se rompía la unidad familiar. Lo mismo ocurre con las mujeres embarazas que se ven obligadas a trabajar durante todo el embarazo en lugares cerrados e insalubres y que deben abandonar a sus hijos e hijas nada más nacer para continuar con la producción, algo que tuvo desde muy pronto una repercusión directa en la cantidad de enfermedades en bebés y el aumento de la mortalidad infantil.
Esta realidad no fue solo percibida por la clase obrera que la sufre, sino que una parte de los artistas de la época (burgueses desclasados en su mayoría) también se hicieron eco del exterminio que estaban sufriendo las clases populares y así encontramos a poetas románticos como Perceybal Shelly que escribió en 1813 “Queen Mab, un poema filosófico”, donde defiende la paz frente a la guerra colonial, el amor libre frente al matrimonio religioso, la propiedad comunal frente a los cercamientos, el vegetarianismo frente a la crueldad humana y la libertad y la igualdad como forma de relación entre los seres humanos.
El movimiento luddita, no llegó quizás a un discurso ideológico tan elaborado como el de Shelly aunque si encontramos en sus planteamientos visiones del mundo que luego los anarquistas harán suyas. De este modo podemos observar como no solo critican los cercamientos sino que plantean el debate de la propiedad más allá de su uso, defendiendo que la comunidad debe de ser propietaria en sus conjunto de los bienes necesarios para sus subsistencia, evitando así crear jerarquías económicas dentro del propio grupo.
También desde el principio se plantean la legitimidad de la autoridad estatal encarnada en el Rey y niegan toda posible negociación al no reconocerse su poder sobre la comunidad. Este es un punto importante ya que el resto del movimiento obrero englobado en “trade unions” y “legal unions” sí que reconocen el poder del parlamento y por tanto, desde el principio buscan el reconocimiento legal de sus demandas. Los ludditas, solo utilizaron técnicas de “acción directa”, destruyendo máquinas que atacaban el bienestar común y robando propiedades que necesitaban para subsistir. Negándose en todo momento a la vía de la negociación ya fuera con autoridades locales o estatales: lo querían todo y no aceptarían miserias.
Al contrario de lo que se pudiese pensar, este movimiento fue mayoritario desde 1811 a 1812 en gran parte de la zona textil inglesa, con un componente nacionalista, en Irlanda e incluso en las colonias norteamericanas lo encontramos entre los esclavos. Se organizaron de manera clandestina dentro de sus propias comunidades, haciendo juramentos de lealtad al grupo que nunca rompieron, lo cual obligó al Estado a ensañarse con toda su fuerza durante dos años.
Al final, la derrota no vino de fuera sino de dentro, la propia clase obrera de la que formaban parte y a la que defendían, optó mayoritariamente por las vías reformistas que abalaban la negociación parlamentaria, lo cual creó un cisma interno y dejo a las comunidades ludditas solas frente a la represión física en forma de redadas, asesinatos, juicios y expulsiones.
Sin embargo, y a pesar de su derrota, los ludditas dejaron un importante legado en forma de análisis del “desarrollo” social y tecnológico que en momentos de cambio como el actual nos pueden ser útiles. Ellos y ellas lucharon por defender una idea de comunidad que conocían, y que con sus grandezas y miserias, les permitía gozar de cierta libertad y autonomía, y fueron, desde muy pronto, conscientes de que la máquina y su mundo no respetarían esos valores, sino que impondría la deshumanización. El resto del movimiento obrero ha necesitado casi dos siglos para entender esto, y todavía no lo ha entendido del todo. Por ello, creo necesario recordar con cariño a aquellos y aquellas que se “adelantaron” a su tiempo y vieron al enemigo cuando solo era un embrión de lo que es ahora. Larga vida al General Ludd.
Extraído de la revista Libres y Salvajes 3