Últimamente en los medios de comunicación, han aparecido noticias sobre los avances en biología sintética, que apuntan hacia nuevos pasos en la domesticación de la vida, no es ya la chapucera transgenia clásica, sino la reescritura del códi-go genético añadiendo nuevas bases (letras), para crear nuevas proteínas, nuevas oportunidades de negocio y nuevas posibilidades de dominación.
El proceso de domesticación del conjunto ani-mal y vegetal ha sido relativamente rápido, de no más de 10.000 años (dejando aparte el caso precoz del perro) y que se ha ido acelerando al ritmo que marca la aceleración moderna del capital.
Ya históricamente la dominación experimentó una gran expansión con la colonización del “inter-cambio colombino”, que supuso un paso de espe-cies de un continente a otro y que coincidió en el tiempo con el tráfico de millones de personas afri-canas reducidas a la esclavitud (domesticados). Se puede hablar mucho de los efectos de la do-mesticación, económicos y sociales, del paso de una sociedad de aprovisionamiento, cazadora re-colectora, a una sociedad de domesticación… Pero la domesticación es un fenómeno complejo que a menudo, desde la óptica especista y dominadora, se pinta como un acto voluntario de unos animales sociables hacia el hombre, o como el destino de los herbívoros (sin carácter siguiendo la mitología de una prehistoria viril, dominadora y comedora de carne).
Uno de los pocos estudios de larga duración so-bre la domesticación es el del científico ruso Dimi-tri Balyaev, en el Instituto de Citología y Genética. Trabajaron sobre un animal jamás domesticado, el zorro plateado (Vulpes vulpes). El experimento co-menzó en 1959 y duró hasta el desmoronamiento de la URSS a finales del siglo XX, casi 40 años de esfuerzos domesticadores, en total unas 35 genera-ciones de zorros.
Se trataba de ir criando zorros, rechazando aquellos que mostraban rechazo a los humanos o un carácter agresivo, y permitiendo reproducirse a los más mansos. Con el paso del tiempo y las ge-neraciones, obtuvieron una variedad de zorro di-ferente del salvaje sobretodo en su mansedumbre, demostrando que esta tenía una base genética.
Pero estos cambios, ligados al sistema endocrino y neuronal, suponían también cambios morfológi-cos, patas más cortas, oído menos agudo, pérdida de pigmentación en áreas concretas, orejas caídas, colas enrolladas y cambios en el cráneo. El cambio más notorio en el metabolismo fue la reducción en un 75% de los corticosteroides y el aumento de los niveles de serotonina. Estos zorros modificados por la cría selectiva mostraban, en edad adulta, rasgos de comportamiento infantil.
Al final del experimento, para poder pagar la alimentación de los zorros y el sueldo de los cui-dadores, muchos de ellos fueron vendidos como animales de compañía. ¡Triste final de los animales domesticados!
Ahora podríamos imaginarnos como seríamos, nosotros los humanos, si no hubiésemos pasado por milenios de dominación en manos del patriar-cado, la religión y la dominación económica, no ya físicamente, sino en nuestro comportamiento y en la aceptación sumisa de nuestros dominadores.
Para hacernos una idea de la energía utilizada en domesticarnos, solo hace falta pensar en el gra-do de violencia que han necesitado ejercer sobre los adolescentes para atarlos al trabajo y prohibir el sexo hasta una edad avanzada, toda esta violencia tiene un enorme coste económico, pero al patriar-cado, a la iglesia, al estado y al capital no les ha do-lido pagarlo, ni ahora ni hace miles de años.
Hay animales a los que es muy difícil mantener encerrados en jaulas (y no digamos domarlos) y que en su mayoría mueren durante las primeras fases del cautiverio. Hay testimonios, sobretodo procedentes del genocidio americano, que hablan de comunidades enteras desaparecidas, presas de la melancolía, a los pocos años de estar sometidas a la iglesia y a los conquistadores. Desaparición no atribuible siempre al exterminio físico (aunque no se puede negar la simultaneidad de este, al menos por desnutrición).
Por esto nos parece que vivir salvajes es una as-piración, la única aspiración, consecuente para los oprimidos, pero también que nosotros (tristes zo-rros de cola enroscada), no podemos ni imaginar como serán nuestros descendientes asilvestrados y cimarrones… La feralización es un camino posible que ya han recorrido en muchos momentos otras especies animales, es una sólida esperanza de un mundo diferente que solo podemos vislumbrar en-tre nieblas.